10.01.2015

Soy un Hombre Casado



Recomiendo leer la siguiente historia mientras eschuchas Right Between the Eyes de WAX

 
En aquella mañana del 17 de marzo, con la primavera a punto de llegar a los suburbios donde hacíamos nuestra vida preadolescente, en puerta estaba quizá la única celebración que nos levantaba alguna expectativa: el Día del Estudiante.

La perfecta fórmula para no hacernos sentir niños y ganar dinero era implementada desde mediados de marzo y hasta finales de abril con la regla de que cada grupo de la Escuela Secundaria Técnica 43 proponía a su candidata para Reina del Estudiante y la ganadora no sería ni la más bonita, ni la más carismática, ni la más lista, sino la que más dinero juntara, claro, para que este acabara en las arcas de la escuela.

De tal suerte, se desataba desde el inicio una lucha encarnizada entre todos los grupos por amasar fortuna de la forma que fuera.

La candidata, regularmente, sí era la más bonita o al menos la más carismática de cada grupo, y ella, junto a su "equipo de campaña" tenían la misión de convencer a los compañeros de otros grupos de participar en las actividades de su candidatura y no en las de las demás niñas.

Las rifas fueron durante un tiempo el método más socorrido, pero pronto se chotearon y nadie se interesaba en entrarles.


Las kermeses matutinas se volvieron opción un rato, pero a nadie le gustaba que su madre estuviera en un puesto de tostadas vendiendo alimentos a sus compañeros de clase.

Las tardeadas, esas sí, resultaron un éxito. Pero esa es harina de otro costal.

Ese martes, el 2o. "A" tenía permiso de la dirección para armar una actividad lucrativa a la hora del receso.

De tal suerte, a las 10:20, a un lado de las escaleras del edificio 2, se instaló un "Registro Civil", cortesía de las niñas del Equipo 5.

La idea, heredada de generaciones anteriores, fue un hitazo.

El asunto consistía en pagar una cantidad, que no recuerdo, por contraer nupcias de manera ficticia, con todo y juez y testigos. 


En un sentido estricto era tirar el dinero a la basura, sin embargo, en la sociedad de segundo de secundaria, salir del Registro Civil con un acta de matrimonio debidamente firmada y validada por las "autoridades" era un voto de amor y confianza para quienes entraban al mismo de manera voluntaria… Pero tenía más valor aún para quienes eran metidos al Registro contra su voluntad… lo cual, por cierto, era más divertido.

Usualmente, los "matrimonios" en los que los "novios" eran llevados a rastras tenían dos lecturas: ambos "querían" pero ninguno de los dos lo aceptaba, lo cual arrojaba hermosas estampas de "resignación" a la hora de firmar el acta. O en el caso que quedaba, uno de los dos estaba enamorado y el otro… no.

Aunque la prioridad eran los clientes de otros grupos de la Secu, era forzoso darnos un espacio para que el "A" tuviera su dotación de casamientos, al fin, teníamos 50 minutotes de receso para consumar las uniones.

Marco Esteban e Ivonne Lorena fueron los primeros en ser capturados y encerrados en el Registro Civil. Él, mi mejor amigo, nunca se caracterizó por ser buen actor. Trató de resistirse, pero no mucho, es más, muy poco… Ella, seria en esencia, no podía esconder su bochorno, pues tenía la cualidad de dejar que sus mejillas la delataran poniéndose coloradas, coloradas, pero con todo, no ofreció mucha resistencia. Primera unión de la mañana consumada.

Siguieron Víctor Hugo el "Capu" y Mónica. Esta vez resultaba evidente que él no estaba interesado y que ella se encontraba feliz con el enlace, pues no ofreció pelea para ser metida al "corralito" formado con bancas y sillas a un lado de la escalera.

Arturo y Ángeles pasaron igual y fue ahí donde en el ambiente empecé a sentir que yo pasaría inadvertido por la chica que me gustaba desde muchos meses atrás y no solo eso, algunos de mis compañeros ya cocinaban casarla con otro niño de mi grupo, quien estaba "apuntado" también ahí.

Esa idea se borró unos minutos de mi mente cuando Johnny se convirtió en la botana del día, pues lo capturamos entre todos y casi pataleando lo metimos al Registro Civil, donde ya lo esperaba Rafaela, su "enamorada" de ese año y a la cual no le tiraba ni un laso. Johnny era el más galán del grupo y Rafaela, bueno, no era su contraparte femenina, aunque era una buena chica.

Esa fue la boda más simpática de la mañana, pues casi le agarraron la mano a nuestro amigo para que firmara mientras que ella estampó su rúbrica en el acta de matrimonio a la primera y hasta resaltadita.

Las carcajadas estaban a todo lo que daban cuando sin agua va, fui capturado a traición por la espalda al mismo tiempo que Salomé, quien no había tomado el asunto del mejor modo...

"Ok, Jair, paga" fue la orden que recibí de la "juez"… Sin embargo, de todos era conocido que mis bolsillos no solían llevar ni la pelusa de la lavadora, por lo que ella vio la esperanza de salvarse dada la falta de recursos económicos del "novio".

Sin embargo, Jacqueline se reveló como la buena samaritana que apoquinó la cuota y la ceremonia siguió su curso. Mientras yo le hacía al tonto forcejeando para no firmar, sin querer vi de reojo a mi "rival" por estar en esa silla y su mirada de odio se grabó en mi retina y retumbó en mi cráneo durante muchas semanas; firmé y ella, más resignada que con gusto, hizo lo propio.

La boda estaba consumada, fuimos declarados entonces marido y mujer.

Aprovechando el gusto que se le veía a la novia tras contraer nupcias, la juez se sacó un as bajo la manga al decir que tenía que besar a mi nueva esposa antes de volver a clases a menos de que pagara 50 pesos de multa. Mi argumento para no casarme era ahora la oportunidad de plantarle un beso a la niña que tenía ahí junto: no tenía un centavo conmigo.

Pero entonces, ella sacó los 50 pesos de su bolsa y pagó la multa. Se levantó al tiempo que sonaba la chicharra para regresar a clases y yo me quedé ahí sentado como menso con una singular sonrisa en la cara.

Lo extraño es que nadie supo, ni con el paso de los meses, dónde terminó "mi" acta de matrimonio.

Yo supongo que esa misma tarde fue convertida en confeti

6.11.2015

Fin de Semestre

Se recomienda leer el siguiente texto al son de Tonight, de The New Kids on the Block (es lo que sonaba en esos tiempos, perdón)





Entre el 18 y el 20 de junio, el periodo de clases del primer semestre de la historia del Plantel U-2 de San Bernardino Tlaxcalancingo encontró su final y nadie estaba preparado para eso...


Con el corazón hecho trizas por la decepción con la chica del 4º “A”, mi arribo a esta semana que debía ser histórica fue más bien en medio del desencanto y la indiferencia. 

Apenas un par de pelos nos saltaron cuando se corrió el rumor de que con el nuevo plantel se venía una nueva política interna que eliminaba la posibilidad de exentar exámenes finales, por lo que tendría que romper mi muy sana tradición de no presentarlos y ponerme a estudiar como todos mis compañeros. 

Afortunadamente, el rumor se quedó en eso y conforme avanzó la semana, con todo y todo, me eché a la bolsa Matemáticas, Historia, Biolgía y Contabilidad… Todas exentadas y todas con 10 (en algo tenía que irme bien en este tiempo).

Por supuesto, como casi cada año desde que tenía memoria, mis logros académicos poco importaban en mi casa, pues ese año se graduaban mis hermanos de la secundaria, la primaria y el kinder… Yo me iba al segundo plano.

Llegada la tarde del miércoles, ya con esos aires de que no habría más clases a las cuales asistir, me senté en el borde del edificio central, y la brisa veraniega me invitó a abrir un poco mi visión para escapar unos segundos de mi fatalista visión del final de semestre.

Ahí caí en cuenta de la gente a la que iba a dejar de ver muy pronto. A pesar de ser un antisocial empedernido, la vida me dio la chance de hacer amistad con una niña de nombre Ericka, que se graduaba ese semestre, el 90 A, dejándonos huérfanos a quienes disfrutamos de sus puntadas, su casi eterna alegría y sus consejos para sortear el carácter sui generis del profesor de Contabilidad. 

En esos instantes lamenté no haberla tratado más tiempo, porque a pesar de que vivía cerca de mi casa, fue hasta ese semestre, su último en el Bachiller, y con la coincidencia en la Capacitación que tomé, que tuve la fortuna de tratar más con ella y con sus dos grandes amigas:

Ofelia, la “cerebrito” del grupo, tuvo el detallazo de pedirme que le firmara su libreta de dedicatorias y aunque le sufrí, pues apenas nos conocíamos casi casi de vista, no quise dejarle unas líneas que se perdieran en la intrascendencia.

Y Claudia, una chica chaparrita, muy bonita y ciertamente tierna, cuyo único gran defecto era su novio, un tipo como de 7 metros de altura que cada vez que podía me invitaba con la mirada a no ver más de 4 segundos a su chica. 


Mi salida del ostracismo social ese semestre me alcanzó para hacer “migas” en la recta final del periodo con Etelvina San Salvador y María Elena Rodríguez, dos chicas cuyas voces tal vez solo entre ellas las conocían en el salón, pero que ciertamente eran muy buenas personas y me daban buenas razones para platicar durante ratos que otrora habría dedicado a vagar solitariamente por los pasillos del plantel. 

Con Viloria las cosas no mejoraron ni habrían de mejorar. Su entrada al mundo de las parejas felices se cobró como tributo nuestra amistad. Aunque sus historias de amor correspondido con la célebre Concha dejaron de provocarme envidia tan pronto como hice la reflexión obligada de que éramos amigos, la ruta que tomó mi cerebrito de 17 años fue el de la indiferencia. Le deseaba lo mejor, pero no me interesaba saber de los específicos… Vaya egoísmo tan tonto.

Al voltear hacia los lados no podía dejar de dar gracias por no tener que ver más los shows casi tres equis de quien fue mi musa los tres primeros semestres del Bachiller en el Mausoleo, "DL" y cuya historia tal vez algún día cuente. Sin temor al pudor de los chilpayates de segundo semestre, ella y el “Chango Piojoso” intercambiaban saliva por cuanto sitio podían en el plantel. 

Y aunque eran mis cuates, cuando pensé que pasaría un par de meses sin aguantar los chistes pesados de Luis Malajevich y los constantes recordatorios de que yo era pobre del buen Alberto Báez, no sentí un ápice de nostalgia. 


El Mundial de Italia 90 fue como nuestro chambelán de lujo en las postrimerías de nuestro curso escolar. Nota aparte merecía Armando Vázquez, poseedor de una de esas televisiones pequeñas color gris que lo volvieron uno de los personajes más populares del plantel, pues iba de salón en salón dándole la oportunidad a los mortales de ver un partido de la Copa del Mundo en la mismísima aula. 

Desafortunadamente, el Mundial estaba resultando taaaan malo que conforme fue avanzando era menos la gente que se ilusionaba con el mismo.
Apenas las sorpresas que daban Costa Rica y Camerún le dieron al estudiantado una razón para hablar del Mundial.

La semana siguiente trajo los exámenes finales.
Ese periodo en el que la mayoría sufre y se desgañita, se desvela y agoniza, para mí siempre fue una semana de relajación, y en esa ocasión no fue la excepción.

El lunes 25 de junio ni me molesté en ir a la escuela y mientras mis compañeros padecían con la evaluación de Bilogía, yo veía el partido Irlanda-Rumania, que tuvo que irse hasta los penales para que los británicos se llevaran el pase. 

El martes, las peleas en la casa me hicieron decidir irme mejor a la escuela, aunque no hice nada, pues el examen de Historia también lo había exentado.

El día siguiente marcaba mi única cita con los exámenes finales, pues el profe de Ciencias de la Tierra, precursor de la política de no exentar, se había mantenido en esa postura… Hasta la hora del exámen. 

Por causas desconocidas aun hoy, acabé exentando también esa materia y entonces cerré mi cuarto semestre de bachillerato sin despeinarme en la semana de los pelos parados.

Aquella tarde del 27 de junio, cuando caminé de vuelta a la parada del CREE-Madero, sabiendo que sería la última vez que lo haría hasta septiembre, por un segundo dejé que la nostalgia hiciera finalmente presa de mí.

Era la hora de darle valor a los actos rutinarios en el momento de decirles adiós, como siempre, como en todo:

Esa tarde decidí ser buen amigo de Viloria y escuché cada palabra que me dijo sobre su Concha adorada. Lo sé, era casi como hacer trampa, pero al menos me nació.

Por supuesto, en cuanto pasó un Pacer (esos viejos autos de American Motor Company con forma de tortuga), el primero que lo vió ejerció su derecho de darle un golpe en el brazo al otro: así era la ley, y al cruzar la Calle 18, nuestro grito de guerra “¡dispara unas galletas!” fue enunciado por última vez en ese semestre, acompañado de las usuales carcajadas.

Nada fue distinto aquellos minutos de cómo había sido en los anteriores 5 meses y, no obstante, lo era: los niños se mecían en los columpios del parque y los chavos jugaban futbol en la cancha de tierra de Vista Hermosa, nosotros nos paramos debajo del mismo árbol de cada día a esperar el CREE, y cuando vi a lo lejos que ya había salido mi “cuento” de Comandos Heroicos en el puesto de revistas, le pedí prestado como tantas veces a mi mejor amigo, quien no chistó para rascarle a su bolsillo en busca de unas monedas.

Cerca de las 3 de la tarde, el chaparrito del portafolios café y el suéter gris con la ridícula letra “J” en el pecho abordó el CREE-Madero por última vez en el primer semestre del resto de su vida, con el deseo de poder volver con salud a enfrentar el último año antes de la universidad.






4.13.2015

Retoma de Ideales (Parte 4: Un Final Más)

Prólogo: Preludio a la tragedia

Armado con el ánimo que me dio el Lunes de Desquite, la segunda semana de junio parecía ser el anhelado puente a la felicidad adolescente.

El miércoles poco me afectó que la niña del 4º “A” mantuviera su costumbre de quedarse guardada en su salón de clases todo el día. Cuando salió me puse “bien trucha” y una vez que me cercioré que el tío de la motocicleta no estaba en el lugar de costumbre, repetí la estrategia de correr en busca de mi musa.

Esta vez no le di chance a la tragedia, por lo que la alcancé justo en la esquina de la Calle 10 y el Bulevar Atlixco.

Aún jadeando por el esfuerzo de la corrida, me atreví a saludarla.

-“Hola, ¿te acuerdas de mí?”
-“Hmmm… sí”
-“Er… ¿Cómo me llamo?”
-“… (sonrisa nerviosa)… Dios, se me ha escapado”.
-“Ji, ji, ji… No te culpo, a mí me sucede lo mismo…
Hagámoslo de nuevo, ¿sale? Hola, me llamo Jorge”…

Y así fue como me las arreglé para conocer su nombre, lo cual fue prácticamente lo último que me dijo, pues luego de la lapidaria frase de “Oh, ahí viene mi combi”, tuve que dar un paso para atrás y dejar lo mejor para el final:

-“Er… Bueno, pues ya te saludé y pues espero que pueda verte por ahí en la escuela… oye ¿tú no sales mucho de tu salón, verdad?”…

Ella no contesta y hace el movimiento para subirse a su transporte no sin antes escucharme decir “Ojalá y pueda, porque encontrarte sola es como encontrar oro”.

Ella apenas se sonríe, sube a la combi y parte sin más.

Un individuo que vende sillas tejidas ha presenciado todo el número y solo se me queda viendo… Creo que hice el ridículo.

No obstante, para mí esos 2 minutos y 37 segundos de plática fueron un triunfo y nada me iba a quitar la ilusión…

Bueno, casi nada… 

Ahora sí, se recomienda leer la siguiente historia al son de Lonely World de Dion and The Belmonts


Un Final Más...

El viernes de la semana que sería el puente a la anhelada felicidad adolescente caminaba al lado de Viloria rumbo al U-2 en nuestro cotidiano trayecto por el Paseo San José Vista Hermosa Norte.

Como en nuestros mejores momentos de aquel, nuestro primer semestre en el nuevo plantel, nos íbamos dando de golpes en los hombros y haciéndonos burla con la compañera más fea del grupo entre carcajada y carcajada.

Con las clases a punto de terminar, todo pintaba para ser un hermoso día que, sin embargo, se volvió el más oscuro de la historia en un abrir y cerrar de ojos.

Creo que atravesábamos la Calle 18, cuando a nuestro lado, apenas a unos cuantos centímetros, pasó la maldita motocicleta, con la niña de los rulitos en la parte trasera, abrazando al piloto.

A pesar de que ya había imaginado la escena cientos de veces, verla en vivo y a todo color me dejó helado, sin palabras.

El tiempo que tardamos en llegar de la Calle 18, el “sitio de la tragedia”, hasta el plantel, fue como de dos siglos y 517 años. En ese trayecto mi subconsciente decidió echarme la manita: pensé “seguro es su hermano que viene a dejarla, ahorita pasa de regreso”… Pero tal cosa no sucedió.

El drama apenas empezaba.

Quince minutos después, ella estaba en clase y el tipo este se encontraba a sus anchas, parado enfrente del baño de hombres. Por un par de segundos deseé que el tipo estuviera dentro de alguno de los retretes del mismo… Pero no, ahí estaba, en mis narices, un tipo como de 21 años ¡un adulto en tierra de niños! Era todo taaaaan injusto.

Y entonces llegó el momento de la ejecución final: ella salió de su salón, cruzó la plaza de la escuela y corrió a su encuentro. En el instante en que lo abrazaba, sentí que, sin querer, alcanzó a verme de reojo, como si le hubieran encargado sumir más la daga en aquel corazoncillo de 17 años que se desmoronaba en pedacitos.

Creí que era demasiado y huí del lugar… No recuerdo bien qué fue lo que hice o hacia dónde me dirigí, solo quería evitar más castigo.

En el aire de la escuela había nerviosismo porque se rumoraba que se eliminaría la política de exentar exámenes finales, el cual se mezclaba con la expectación porque el partido Checoslovaquia vs. Austria del Mundial estaba a punto de comenzar.

Sentado junto a la jardinera más cercana a la entrada del plantel, creí que podría sobrevivir al menos unas horas más, pero entonces ella pasó frente a mí, solo para encontrarse nuevamente con su amor, justo en la entrada de la escuela. Ahí se abrazaron con cierto frenesí y a mí ciertamente que eso terminó de enterrarme…

De golpe entré en razón de lo patética de mi situación... Hasta horas antes me había creido en las puertas del cielo por 2 pequeñas pláticas de menos de 5 minutos, cuando el tipo de la moto era el verdadero habitante del paraíso, porque mientras yo tenía dos pláticas y un nombre, él la tenía a ella en los brazos, y no hacía falta ser físico nuclear para percatarse que ella estaba feliz ahí.

Era todo para mí.

Al partir del U-2 aquel viernes de junio me di cuenta que, en esencia, nada había cambiado para mí: Seguía con las manos vacías; pero en un momento que nunca voy a olvidar, quizá por primera vez en mi entonces corta vida, le vi el lado positivo a una historia con un descenlace funesto. En menos de dos semanas fui del suelo al cielo y de regreso; corrí como nunca por Vista Hermosa para tener 3 minutos de plática con la niña más linda del plantel y arrastré mis pies todas esas calles cuando la realidad me plantó cara.

Estaba triste, ciertamente, pero no sé por qué, esa vez en lugar de bajar la cara y caminar con los hombros hacia abajo y las manos adentro de los bolsillos, miré al cielo y me di cuenta que, al menos, en esa ocasión perdí con la cara al sol…


1.23.2015

Retoma de Ideales (Parte 3: El Lunes de Desquite)

Se recomienda leer esta historia mientras se escucha Runaround Sue de Dion and The Belmonts.




En toda vida, por miserable que sea, hay momentos que bastan para levantar los corazones y seguir; instantes que suelen aparecerse casi por casualidad pese a que uno pueda buscarlos durante semanas y desarrollarse de la manera menos planeada… para bien.

Aquella mañana no pintaba de manera muy distinta a todas las anteriores. La “Retoma de Ideales” había caído en estado de coma y lo que parecía un esperanzador reinicio para mí era una escena que se había repetido tantas veces que parecía tortura china: en la plaza del U-2, el chaparrito del 4o. “F” vagaba en círculos, viendo de lejos hacia la puerta del grupo “A” esperando una nueva oportunidad de hablarle por primera vez a su nueva musa de rulitos negros y pantalón de mezclilla deslavado.

Hacia el final del semestre, además del poco interés hacia la educación media, los nexos de amistad con mis compañeros de grupo estaban casi cortados, por lo que la mayor parte de mi tiempo libre (que era mucho por la escasa cantidad de clases que teníamos), lo dedicaba a pasearme solo de mi salón, al fondo del plantel, al 4º “A”, que estaba justo al inicio, al tiempo de restregarme en la cara mi falta de valor para enterar a La Chica del Suéter Negro de mi existencia.

Sin embargo, esa mañana sí hubo algo distinto: dos segundos antes de entrar a la escuela, me detuve y volteé al cielo; me encomendé a Dios y le pedí que ese día me diera chance de salir con una sonrisa al final de la jornada. Mi plegaria, no obstante, parecía no haber encontrado destinatario, porque mediada la mañana, la cosa era igual de patética.

Hasta que ella salió del salón, pero con todo y sus cosas¡Ya se iba! Aunque lo que fue más sorprendente es que emprendió la caminata ¡sola!

Cualquiera de mis compañeros habría emprendido la conquista y seguramente la habría alcanzado aún antes de cruzar la reja blanca de la entrada… Yo no… Yo quedé congelado, sin dar crédito a lo que veía… Por supuesto, ese pesimista que vivía en mí empezó a imaginar lo peor: el tipo de la moto la estaría esperando en donde empieza la subida hacia Vista Hermosa, ella se treparía al bólido y partiría, nuevamente, de manera inexorable.

Menuda sorpresa me llevé cuando a lo lejos vi que ella había tomado la cuesta aún sin compañía de ningún tipo.

No sé por qué, pero en lugar de hacer lo que debía, bajé los brazos, me senté y abrí mi libreta…
Llegó entonces un “diálogo” interno entre mi cerebro y mi corazón:
“Muy bien, tonto, ahí está la oportunidad que querías… ¿la ves, idiota? ¡Ahí está! y ¿qué vas a hacer? ¡Nada! ¡Lo sabía! Buscas y cuando encuentras todo lo mandas a donde estaba ¡te odio!”.
“Este…”

Sorpresivamente, no hizo falta otra frase más para que mis pies se descongelaran.

En un movimiento temerario y como si de verdad alguien estuviera mirándome, le di la vuelta al edificio de dos plantas para que nadie del “A” me viera dirigirme hacia la salida… Caminé de prisa con el temor siempre presente de que apareciera un vehículo y ella subiera, incluso me hice a la idea de que llegaría a la curva y ya no la vería y entonces volvería cabizbajo a mi salón, pero dos segundos después, ahí estaba, entrando a Vista Hermosa sin nadie a su lado.

Como verla a 25 metros de donde yo me encontraba no estaba en mis planes, pues empecé a temblar y a sudar frío… “¿Qué hago, qué hago, qué tengo que hacer?”… Y así me quedé 25 segundos, hasta que una fuerza misteriosa poseyó mi minúscula humanidad y empecé a caminar, y luego a correr, en dirección a ella… Por supuesto, don cobarde dio la vuelta en la esquina y corrió rodeando Vista Hermosa con la intención de rebasarla y llegar antes a la salida, donde podría encontrarse “casualmente” de frente con ella.

Mientras corría por esas 14 calles, dos toneladas de confusas ideas se revolvieron en mi mente. Fue gracioso, pero en cada esquina me paraba cuando ya volaba sobre la Calle 27, me asomaba a la izquierda, como temiendo que ella me viera y que eso arruinara todo. Vaya tonto.

Por supuesto, pasé por el momento de crisis en el que, a pesar de irme deteniendo en cada esquina, no la vi pasar sobre Paseo Vista Hermosa Norte, lo que me hizo pensar lo peor, pero cuando llegué finalmente a la Calle 10, los astros parecían alinearse a mi favor, porque ella venía a dos calles de distancia.

Esos últimos metros me sirvieron para darle forma a un plan: me seguiría al puesto de periódicos que está hoy en el mismo lugar que entonces, en la esquina del Bulevar Atlixco y la Calle 6, me haría el tonto y cuando ella pasara por ahí la interceptaría.

Sin embargo, al apretar el paso en dirección al sur vi pasar a mi lado una combi de la Ruta 29, muy lentamente, cazando pasaje, y entonces entré en pánico. Traté de no voltear pensando que ella ya estaría llegando al bulevar, e incluso le hice señas al chofer del transporte público como diciéndole “¡lárgate, amigo, no arruines mi momento!”

Apenas llegué al puesto de revistas y entonces sí giré… El infortunio parecía consumarse porque la combi había pasado por la esquina de la Calle 10 y no había nadie ahí. Era hora de volver derrotado a la escuela… pero… No… En la cerca, recargada con su suéter negro y su morral blanco, esa inconfundible cabellera rizada esperaba.

Entonces volteó y me vio venir, aunque justo a mi lado pasó otra combi de la ruta 29, que tal vez fue lo que ella vio en realidad. Otro momento de desazón porque aunque empecé a caminar a prisa, el transporte me rebasó y se detuvo justo enfrente de ella. Para hacer la escena surreal, varias personas empezaron a subirse a la combi, excepto ella… ¡excepto ella!

El “diálogo” que inició entre los músculos que más temprano habían “discutido” me ayudó a entender lo que estaba pasando:
“Te está esperando, hijo, vamos…”
“Este…”

Como ya no me quedaba sudor que sudar, ni nada más qué perder, dejé que el destino hiciera entonces su chamba: me acerqué, me detuve frente a ella, me quedé callado… Oh, Dios…



Entonces el tiempo se detuvo y ahí, en esa esquina platiqué, o bueno, intenté platicar con ella.
Más de una vez, en mi nerviosismo, pude ver como sus cejas hacían ese gesto de extrañeza ante mis intentos de hilar dos frases sin tartamudear o equivocarme, lo cual era una labor titánica al tener tan cerca de esa personita a la que llevaba tanto tiempo viendo de lejos y que en ese instante, finalmente, estaba ahí, enfrente de mí.

Durante 8 minutos que parecieron más bien 8 segundos, platicamos de lo único que podíamos, de la escuela, del nuevo plantel, del transporte, de las clases y de pronto, ella ya estaba subiendo a su combi, no sin antes lanzarme, ahora sí con tooooooda la certeza del mundo, un “bye” para mí, completamente mío y de nadie más precedido de un apretón de manos que me hizo pensar que no volvería a lavarme la mano derecha el resto de mi vida.

Por primera vez en muchas semanas, recorrí Vista Hermosa de vuelta al colegio con una alegría inmensa, que iba incluso más allá de lo que acababa de ocurrir.

Cualquiera de mis compañeros la habría interceptado antes de salir de la escuela muchos minutos atrás, pero no yo, para bien o para mal, yo era diferente, me sentía como destinado –o condenado-- no a caminar unos metros para obtener un saludo y una sonrisa, sino a tener que correr 14 calles para hacerlo…


Aquel lunes de desquite cuando iba saltando de vuelta al plantel U-2 me detuve en seco por ahí de la Calle 15… En ese momento caí en cuenta que estaba tan nervioso que había olvidado su nombre…

1.07.2015

Retoma de Ideales (Parte 2: El Mundial de los Horrores)



Se sugiere leer el presente relato escuchando "Un'estate Italiana" la rola oficial de Italia 1990



Los astros se habían alineado para que las cosas fluyeran de manera mágica hacia mi primer encuentro con La Niña de los Rulitos Negros después de la mirada que me lanzó el primer viernes de junio.

Pocas veces como aquel primer lunes de junio fui con el ánimo tan a tope a la escuela y pocas veces salí al final del mismo taaan apachurrado.

Tras cazar mi oportunidad, fallé la única ocasión que tuve para hablarle, cuando la tuve enfrente, en un pasillo, sola, como si esperara mi intervención. Pero el miedo me hizo su presa y mis piernas no respondieron. Ella pasó de largo y yo me confundí con los ladrillos naranjas que todavía olían a nuevos. Vaya chasco.

La depresión post-cobardía duró varios días en que vagué deprimido por los pasillos del plantel con las manos en las bolsas y los hombros agachados. Sin embargo, en el fondo sabía que mi Retoma de Ideales era en serio y que un pequeño fracaso no era una derrota definitiva. Esa ya vendría luego...

Una semana después de la mirada desde la Ruta 29, el ambiente en el plantel era singular: ese día empezaba el Mundial de Futbol de Italia y la efervescencia futbolera se había apoderado de todos sin importar que México no estuviera presente en la justa por razones que hoy todos conocemos aunque pocos comprendíamos entonces.

En cada salón había al menos una televisión, en algunos metida de contrabando, en otra con complicidad de la planta docente, hambrienta de ver el Argentina-Camerún tanto como el alumnado.

Miércoles y jueves habían pasado sin pena ni gloria porque ella no fue a la escuela. En mi tormento imaginé cualquier cantidad de cosas: si habría preferido pasar tiempo con su novio, si tendría otra escuela, si tal vez estudiaba inglés o computación, si la habían abducido los extraterrestres o si a la mejor estaba enferma.

Todos mis sinsentidos acabaron a las 9:00 horas cuando ella cruzó la reja de la entrada. Armado con una sonrisa me fui a clases; alcanzamos a tomar dos antes de que casi todo el plantel se volcara con la fiebre futbolera.


Apenas terminó la segunda sesión, salí como disparado del salón en busca de mi oportunidad, pero esta se negó a aparecer en los siguientes minutos.
Mientras Viloria le platicaba a Alejandra todos los detalles sobre la maravillosa Concha, yo era preso del nerviosismo al tiempo que los patios del plantel eran lienzo de un extraño paisaje: no había prácticamente nadie fuera de los salones, todo mundo estaba viendo la ceremonia de inauguración de la Copa del Mundo. Apenas los grupúsculos de contertulias antifutboleras y, por supuesto, yo, vacunado del interés futbolero porque en mi mente solo había espacio para esos ojos cafés del primer salón de la escuela.

Inició el partido Argentina-Camerún y por alguna extraña ley universal, la mayor parte del plantel estaba con el más débil, con los africanos.

A los pocos minutos de que las acciones del Mundial arrancaron, ella salió de su salón y ahí vi finalmente mi oportunidad. Tragué gordo, apreté las manos y justo cuando iba a iniciar la caminata hacia su ubicación, el único hombre fuera de su salón que había en el plantel además de mí tuvo a bien interceptarme para hablar de no sé qué...

René, mi mentor de sexto semestre en cuestiones de liderazgo grupal, me robó los minutos más preciados de la semana. Cuando su plática se agotó, la niña del 4º “A” ya estaba acompañada y yo ya estaba tirado en el piso, derretido por la decepción y el calor sofocante que ya se sentía en la plancha principal de la escuela…


De pronto el grito de “¡Gooooooooooool!” retumbó por todo Tlaxcalancingo.

No fue difícil suponer que la anotación había sido de Camerún…



No terminaban los festejos cuando La Niña de los Rulitos ya estaba de vuelta en su salón y la puerta cerrada… esa maldita puerta siempre cerrada.

Un rato después, el partido terminó y los patios se volvieron a llenar de gente feliz por los cameruneses y una persona que no daba crédito a su mala suerte.

Pero el horror estaba lejos de terminar.

Desde mi puesto de vigilancia a un lado de la primera jardinera, la vi salir a toda velocidad. Su día había terminado y en apariencia yo tenía una última chance de revertir todo lo malo que había sucedido hasta el momento.

Pero no di ni tres pasos cuando allá a la distancia pude percibir que un fulano como de 7 metros de estatura la esperaba en donde inicia la cuesta hacia Vista Hermosa, montado en una gigantesca motocicleta a la que ella subió como toda una experta, partiendo a toda velocidad y esfumándose del U-2 como mis ilusiones de hablarle se esfumaron el día que inició Italia 1990.

La caminada por Vista Hermosa para tomar el CREE-Madero fue esa tarde como una agonía lenta y cruel. Viloria ni cuenta se dio de mi desánimo, que a fuerza de ser honestos ya era una especie de costumbre, porque además él andaba flotando entre las nubes. No lo culpo.

En ese ambiente mundialista que contagió al U-2 aquel primer lunes de junio, la cosa terminó para mí como para el campeón del mundo, con un chasco impresionante

Próxima entrega: El Lunes de Desquite