12.26.2014

Retoma de Ideales (Parte 1: La Chica de los Rulitos)

Se recomienda leer el presente relato mientas se escucha Eloise de Barry Ryan)

 
 
La escena no podía ser más triste: estaba sentado en el primer escalón de la plancha principal del U-2, encogido sobre mí mismo, abrazando mis piernas y escuchando esa increíble música de los 60s que recién ese mes de marzo había “descubierto” en la radio. 

Mis amigos tenían otras cosas que hacer y yo ya había pasado un razonable periodo de luto tras el abrupto final de la historia que nunca comenzó con la “Chica del 2º C”.

Afortunada, o desafortunadamente, el luto terminó cuando esa tarde se abrió la puerta del 4º “A” y por primera vez la vi salir: su cabello oscuro plagado de rulitos era el marco de una sonrisa que fue un bálsamo hechizante para ese preparatoriano de 17 años que languidecía al lado de una jardinera escuchando “Eloise” de Barry Ryan.

A partir de ese momento, volvía a ser un hombre con una misión: tenía que hablarle.


Claro, antes me di como 50 topes contra el primer muro que encontré, pues paracía increíble que no la hubiera visto antes en la escuela si ambos cursábamos el cuarto semestre ya. La explicación no era disparatada, pues durante los tres periodos que vivimos entre las lúgubres paredes del “Mausoleo” en la 11 Sur, su salón de clases estaba al otro lado del edificio de donde estaba el mío y jamás nos topamos siquiera en las inmensas escaleras que nos llevaban a la segunda planta.

Era la tarde del primer viernes de junio, y el sol de primavera hacía imposible ver hacia adentro de su salón, el primerito de la escuela en la planta baja del entonces único edificio de dos pisos del U-2…

Ella había salido brevemente y regresó para no salir. Eso no evitó que yo pasara varios minutos viendo la puerta, pensando, imaginando... hasta que la clase de Contabilidad me devolvió a la rutina.

Sin embargo, tras escuchar los consejos prácticos sobre cómo utilizar las tarjetas de crédito del contador Juan Carlos Bedolla, tuve la corazonada de no partir a casa como lo hacía todos los días tras la clase de "conta" y volví a mi puesto espía a esperar a que el 4º. "A" terminara su jornada.



Un par de dibujos, una sonada de narices, tres bostezos y varias canciones en mi walkman después y la puerta finalmente se abrió a las 13:15 horas, iniciando la desbandada.

Lo que siguió fue una cascada de acontecimientos que se sucedieron de manera electrizante.

Ella sale de su aula; mi corazón late a toda velocidad.

Ella toma dirección hacia la salida del plantel acompañada de sus amigos; yo me levanto de mi escalón y me preparo para moverme.

Ella sale en dirección a San José Vista Hermosa; yo quedo atrapado por la intervención del clásico inoportuno que llega a preguntarte algo cuando lo que necesitaba era casi correr.

Ella sube la cuesta de terracería y toma camino; yo paso por la puerta del plantel cuatro minutos después que ella, un tiempo que podría haber sido muy valioso.

Ella llega a la Carretera Federal a Atlixco sin contratiempos; yo aprieto el paso y recorro todo el Paseo San José Vista Hermosa Norte sin poder darle alcance. Es demasiado tarde.

Ella sube a la combi de la Ruta 29; yo paso de largo con el ánimo casi por los pisos.

Cuando ella toma asiento en la parte posterior del vehículo, yo me detengo debajo de un árbol, y justo antes de bajar los brazos asumiendo una nueva derrota, volteo una última vez hacia la combi, donde ella, incómoda y todo hace un movimiento sorpresivo, voltea hacia atrás y lanza ESA mirada que nunca voy a olvidar

Media hora después, no sé dónde estaba ella, pero yo seguía ahí, abajo del árbol, con una sonrisa que no se me borraría en un buen rato de la cara.


Próximamente: El Mundial de los Horrores