3.10.2020

La cinta de micropore

Casi todas las historias de "hazañas atléticas" tienen un héroe desconocido. Esta no es la excepción, aunque el personaje tal vez sea por demás raro para el lector: se trata de un pedazo de cinta adhesiva, conocida por el mundo como Micropore.

Pero vamos por partes.

Al lanzarme a correr por primera vez el BERLIN-MARATHON, una de las cosas que dejé pendiente fue la pulserita con los tiempos parciales que quería conseguir para, al final, aspirar a una meta en cuanto tiempo.

Digamos que esa pulsera tiene apuntados cuántos minutos u horas has de sumar al recorrer cada kilómetro para saber, a la hora de contrastarlo con el tiempo que en realidad vas haciendo, si debes acelerar o tratar de bajarle al ritmo, con el fin de cruzar la meta en el tiempo que te hayas proyectado.

Históricamente, esa guía siempre ha sido un dolor de cabeza para mí porque siempre la olvido. 

Pum... ¡Flashback!
En el Maratón de New York City en 2016 tuve que apuntar los parciales en una hojita de papel que llevaba metida en una de las bolsas de mis shorts y que, invariablemente, perdí por ahí del kilómetro 33, justo al llegar al Bronx. Al meter la mano a la bolsa del pantalón y no hallar mí guía, la cual además iba cumpliendo casi al pie de la letra, me sentí huérfano de objetivos y tuve que irme a la buena de Dios... Al final valí gorro e hice como 20 minutos más de lo que tenía planeado.


Como esa puedo contar otras 5 y ni así aprendí la lección, porque una noche antes del BERLIN-MARATHON 2019 yo no tenía la mentada pulserita y eso representaba un drama. En mi descargo está que en un grupo de Facebook alguien aseguró que las pulseras las regalaban en la Expo, pero dicha info resultó falsa. El caso es que, unas horas antes de lanzarme a la línea de salida, no tenía esa guía que, como pocas veces, en esta ocasión se me hacía fundamental por razones que luego expondré.

Sin papel como para intentar lo de la nota en la bolsa, alrededor de las 0:00 horas del 29 de septiembre de 2019 vino a mi cabeza la idea de recurrir a un trozo de cinta micropore para llevar ahí mi guía... Con un poco de dificultad por la superficie en la que tenía que escribir y por el tamaño en el que tenía que hacerlo para no cubrirme el brazo entero, me di a la tarea de apuntar los parciales que soñaba hacer en cada uno de los 42 kilómetros y 195 metros que empezaría a correr 9 horas después.

De tal suerte, a las 9:00 horas en el último corral de salida sobre la avenida 17 de Junio de Berlín, un pequeño mexicano con el número 63061 en el pecho tenía pegada en su brazo izquierdo una cinta micropore con esa guía, la cual se encontraba cubierta por una manga de licra que se levantaría cada vez que hiciera falta checarla.

El plan era perfecto.

El inicio fue perfecto.

Los primeros 2 kilómetros fueron perfectos.

Pero...

Cuando aún no salía de la Avenida 17 de Junio se vino la tragedia: empezó a llover. Y no una llovizna como me tocó en 2018 en Chicago... No, señor, ahora se vino el aguacero con todo.

Mi optimismo irredento no me permitió pensar que algo podía salir mal pese a ese "pequeño inconveniente". De hecho, me aplaudí a mí mismo por haber colocado mi parche de micropore abajo de la manga. Sabía que eso la protegería lo suficiente.

Pero no fue así.


A los 7 kilómetros, apenas a los 7, de iniciado el Maratón de Berlín 2019, mi glorioso parche de micropore estaba completamente empapado.

Pero eso no era lo peor.

Pese a la manga de licra, era tal la cantidad de agua y la fuerza con la que le había caído durante más de media hora, que el parche comenzó a despegarse de las esquinas...

Pero eso no era lo peor... Con todo y que "Bic no sabe fallar", al cruzar el kilómetro 8, algunas partes de la escritura comenzaron a tornarse ilegibles.

¡Oh, no! Mi oráculo estaba condenado a fallar.

Fue simpático.

En ese momento, no me puse a pensar si mis zapatos estaban ya empapados, si me escurría agua por las piernas y se iba directo a mis calcetas o si mi gorra ya goteaba... Mi principal preocupación fue mi parche de micropore.

Entonces fue que me despojé del Buff que llevaba en el cuello y lo puse en la muñeca para tratar de proteger un poco más a mi guía maratoniano.


Además, el detalle que recuerdo con más simpatía fue que, a partir de ahí, cada que iba a checar el parcial al cruzar la marca de un nuevo kilómetro, ejecuté ceremoniosamente todo el proceso para alargar la vida de mi parche: zafaba el Buff, exprimía la manga de licra con todas las fuerzas de mi mano derecha (y con todo y el brazo izquierdo), para entonces ya descubrir el parche y checar si mi plan de carrera se acercaba, aún, al ideal que había planteado horas atrás.

Así lo realicé cada kilómetro durante los siguientes 9 hasta que caí en cuenta de que llevaba casi 2 minutos de ventaja con respecto al tiempo que podía permitirme.

Hice entonces la reflexión de que con ese colchón, tal vez podía mantener el paso y evitar checar el parche durante unos cuantos kilómetros, pensando en cuidarlo un poquillo más.

Procedí de esa manera y así me aventuré mientras el aguacero cedía un poco y nos acercábamos a la mitad de la ruta, tras la cual, perdí casi toda la ventaja que llevaba con respecto al plan, por lo que tuve que volver a checar abajo de mi manga cada kilómetro.

Justo cuando creí que el parche daría su vida antes de cruzar la meta, caí en cuenta de que a partir del kilómetro 23, todos los parciales que tenía que hacer eran múltiplos de 7, por lo que me aventuré a tapar la guía y usar como única referencia el tiempo que marcaba mi teléfono contrastado con las marcas de kilómetros en lo que quedaba de la ruta.


Sin querer, eso provocó que la última parte del maratón, esa que muchos (yo incluido en muchas ocasiones) sufren más de lo que la disfrutan, se convirtiera en un reto inolvidable: con qué emoción volteaba el teléfono al cruzar cada marca de kilómetro para ver que en lugar de 3:21, iba en 3:19, dos minutos abajo, y así durante más de 15 kilómetros.

Lo más increíble es que, pese a perder gas en los últimos kilómetros de la prueba e incluir una escala para abrazar y besar a la mujer que me dio la vida en el kilómetro 41, al final crucé la meta del Maratón de Berlín 2019 exactamente con el tiempo que había escrito sobre la cinta de micropore la noche anterior, más como un sueño que como una certeza.

Recuerdo que una de las primeras cosas que hice después de gritar con todas mis fuerzas fue levantar mi manga para ver cómo había acabado el parche y sí, ahí estaba, aún mojado, doblado en algunas partes e ilegible en otras, pero había aguantado y había sido mi guía en el mejor maratón de toda mi vida.

Por eso, ese trozo de tela adhesiva tiene para mí tanto valor como la medalla que me dieron minutos después.
Así fue como terminó mi parche de micropore, héroe y leyenda de Berlín 2019.