10.29.2013

El debut de La ‘Ruta de las Ilusiones’... Epílogo de Estrenemos escuela (el origen del Plantel U-2)

La mañana del jueves 15 de febrero, en lugar de recorrer “a pata” por vez primera el camino de la Carretera Federal a Atlixco hacia el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres, como habría de hacerlo cientos de veces en los siguientes 18 meses, llegué en auto y "de gorra", algo que parecía reprochable pero que, no obstante, resultó un prefacio para mi estreno en esa caminata eterna por San José Vista Hermosa, La “Ruta de las Ilusiones”. 


Después de que el coordinador Jorge Ordóñez Padilla dio su multiaplaudido discurso de inauguración del plantel en ese su primer día, nos repartieron los salones y como parecía ser nuestro destino, al “F” le tocó el del fondo, hasta el último, alejado de todo y de todos.

Ciertamente más de uno lloriqueó, pero pronto se pasó el trago amargo, no tanto por una resignación real, sino porque junto a nuestra aula había un campo gigante que se pintaba solito para ser una cancha de fut.

La estadía del grueso del estudiantado en el plantel ese primer día fue efímera, pues apenas unos minutos después de la asignación de salones, se inició el éxodo y con él la primera vez que nos tocó caminar desde la Calle 23 hasta la Calle 10 por el Paseo San José Vistahermosa Norte.

Como no podía ser de otra forma, la vida quiso que esa primera vez tuviera un dejo de memorable. Apenas subimos la pendiente de terracería nos percatamos que adelantito iba Gabriela, objetivo de mis miradas desde el semestre anterior en el “Mausoleo” y musa durante los incontables desvelos en compañía de la calculadora científica para resolver ecuaciones de primer grado en el curso anterior.

“¿Ya viste quién va allá?”, me dijo con tonillo burlón mi amigo “Viloria”, como sabiendo que no me atrevería ni siquiera a saludarla, porque si algo me había caracterizado hasta ese día –de hecho, creo que aún lo hace-, es que no era muy diestro para las relaciones sociales… Los educados le dicen “timidez”, los menos letrados lo llamamos “pendejez”

“Sí, ya la ví, ¿por qué crees que te dije que nos saliéramos ya?”, le contesté para evitar que se carcajeara.

Caminamos atrás de ella y de su séquito de amiguillas y llegamos prácticamente al mismo tiempo a la parada del autobús.

La perspectiva de irme en el mismo transporte público que esa adorable personita le daba una magnitud legendaria a ese primer día en el plantel y ya nada podía evitar que así sucediera… Bueno, casi nada.

Apenas arribamos a la carretera, a Viloria se le ocurrió una “gran” idea… Vio venir el CREE-Madero del lado de la Nissan Huerta, es decir, en el sentido contrario al que íbamos nosotros, y me apuró a atravesar corriendo…

“¿Para qué?”, espeté.

“Es infalible. El camión se da la vuelta aquí adelante que ya no hay nada, así podemos subirnos, nos vamos hasta atrás y tendremos mejor perspectiva de dónde se sienta ella cuando se suba…”


El plan de Viloria parecía elocuente, pero su conocimiento de la periferia de la Ciudad de Puebla no lo era tanto… Nos trepamos al camión y nos acomodamos en la parte trasera... En ese momento, mis expectativas crecieron en dimensiones colosales: en unos cuantos minutos ella subiría y me saludaría al verme de frente... El CREE-Madero avanzó, pasó de largo de un nuevo fraccionamiento de nombre Estrella del Sur, que era más terrenos que casas, y adelantito, una callecita se despegaba de la carretera hacia la derecha: era la “Carretera a Zavaleta”.

En ese momento algo me olió mal, porque ya en despoblado, y con nosotros 2 como únicos pasajeros, el autobús aceleró y no me pareció que fuera a dar la vuelta de regreso en algún momento cercano.

A los 10 minutos de que inició el viaje lo único que nos decíamos el uno al otro era “¿dónde estamos?”… Al pasar por debajo de otra carretera (la Recta a Cholula), la desesperación ya estaba bien mezcladita con el encabronamiento, y cuando nos bajaron del camión en el Mercado Madero, sitio del que ni sospechábamos que existía, las de Remi amenazaban con hacer su aparición.

Tras cuestionar al chofer sobre nuestro paradero, recibimos la noticia de que habíamos llegado al final del trayecto de la ruta y que si queríamos volver, debíamos pagar de nueva cuenta.

Por supuesto que desembolsar lo de otro pasaje no me provocó tanta furia como el hecho de que cuando pasamos de vuelta por la Nissan Huerta ya había transcurrido cerca de una hora de que abordamos el otro transporte y, obviamente, Gabriela ya estaba hasta en su casa.

Para hacer las cosas más desgraciadas para mí, en la parada donde debimos subir 60 minutos atrás, abordaron unas chicas que eran del agrado de mi fracasado guía citadino, quien terminó esa memorable jornada platicando muy a gusto y yo, con el rostro descompuesto del coraje…

Sigue leyendo: Mi Amigo el Mensajero 

9.18.2013

Estrenemos escuela (el origen del Plantel U-2) Parte 3: El primer día en la vida de nuestra escuela


(Última entrega)
Las vacaciones intersemestrales, privilegio muy propio de Bachilleres en la primera quincena de febrero de aquellos años (desconozco si la tradición se mantiene), nos apartaron de la sentencia que se nos dio el día que recogimos las boletas del semestre que concluyó el 24 de enero: iniciaríamos 1990 en el nuevo plantel.

 

Previo pago de 50 mil pesos para la construcción de aulas de metal provisionales dado que no íbamos a caber para el siguiente año escolar, recibimos luz verde para escribir la primera gloriosa página del nuevo edificio del 
Colegio de Bachilleres del Estado de Puebla, Plantel U-2.
 

El jueves 15 de febrero de 1990, a las 4:45 horas, desperté para lo que sería el primer día del resto de mi educación media.
 

Bajarme del único transporte público que tomaba para llegar al Paseo Bravo en un punto intermedio para esperar un autobús que nunca había abordado me hizo temblar, pero así lo hice. A las 6:15 ya estaba en la esquina de la calle de Zaragoza y la 2 sur. Ahí, en la penumbra de la madrugada, empecé a platicar con un chavo de sexto semestre de nombre René, a quien había visto varias veces en la misma Ruta 20 que nos llevaba hasta el “Mausoleo”.
 

Luego de esperar durante 15 minutos un vehículo que debía decir “CREE-Madero” nos sorprendió un Caribe blanco que se detuvo porque alguno de sus ocupantes reconoció a René. Le preguntaron si iba para el U-2 y tras obtener respuesta afirmativa se despidió y subió… Estaba yo iniciando la resignación de quedarme ahí solo cuando un alma piadosa me invitó a formar parte de la expedición… Vaya suerte, el primer día, y me libré de tomar el autobús –que luego habría de abordar 60 millones de veces-.
 

A las 6:45 ya estábamos en la escuela… Nos tocó ver el amanecer desde la loma, algo que aún hoy me cuesta describir. Desde la plancha de cemento del colegio se podían ver los 4 puntos cardinales sin obstáculo alguno.
 

Conforme pasaron los minutos, la gente empezó a llegar y cuando dieron las 7:30, el sitio estaba repleto. La escena era muy peculiar… Jamás había visto a todos los alumnos juntos en el mismo lugar. Quiero decir, fue extraño porque en el “Mausoleo” cada quien iba a su salón y ahí se quedaba todo el día salvo si había que ir a los decanos laboratorios. Nunca veías a los de Primer Semestre “A” cerca de los de Cuarto “D”, bueno, ni a los del mismo semestre. De ahí lo curioso de ese primer día en el U-2.
 

A las 8:00 horas en punto apareció Jorge Ordóñez Padilla, con esa sonrisota de oreja a oreja que le caracterizaba, listo para darnos la bienvenida.
 

El profe se subió a una de las jardineras que están pegadas a las escaleras en la plaza central y desde ahí nos saludó por primera vez de manera oficial.
 

Vino una ovación generalizada que le impidió iniciar su discurso, el cual fue interrumpido varias veces, pues apenas hacía una pausa, venían los aplausos y los gritos, más en plan de desmadre, pero en parte, quiero creer, reconociendo el esfuerzo que encabezó el profesor, quien buscó por todos lados hasta que encontró un terreno que los ejidatarios de San Bernardino Tlaxcalancingo accedieron a vender cuando esa zona estaba lejos, lejísimos de tener la plusvalía que hoy goza.
 

Esa mañana del 15 de febrero de 1990 a las 8:20 de la mañana éramos un puñado de maestros y 800 estudiantes solitos en esa loma en la que miles de historias se escribieron después, pero que, como todo, tuvo un inicio, y ese inicio fue este.
 

Por cierto, ese primer día no tuvimos clases


Sigue: El Debut de la Ruta de las Ilusiones 
 
 

8.24.2013

Estrenemos escuela (el origen del Plantel U-2) Parte 2: De excursión al suburbio

Los rumores empezaron el segundo semestre de 1989...  

Decían, por ahí, que ya había un terreno que podía ser el objetivo para construir ahí el plantel de nuestra alma máter, decían que se competía con el U-1, entonces avecindado como escuela vespertina en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec para ganarlo. 



En realidad, a un chavo de 16 años eso poco le importaba, por lo que todas esas versiones de una mudanza se perdieron entre nebulosas en la memoria. Mi mente estaba más ocupada pensando en niñas, en cuajar en el tramado social de mi grupo, en sacar buenas calificaciones y en ver cómo me alcanzaba el dinero para pagar mis pasajes y no morir de hambre en el intento.  
Sólo recuerdo que en algún momento alguien mencionó la palabra “ejido”, prácticamente ajena a mi vocabulario, como la clave para la “operación mudanza”.  

Algunas semanas después, la curiosidad me llevó a buscar el significado de ese término: “Ejido: 1. m. Campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras”. Por supuesto, no entendí más que lo esencial… Eso significaba que nos iríamos a Casa de la Fregada y, por supuesto, me aterroricé. Créanme, yo sabía lo que era padecer la vida en los suburbios del Tercer Mundo…  

Llegado diciembre, poco se mencionó en los pasillos del segundo piso del “Mausoleo”, aunque ninguno de nosotros sabíamos que a un mundo de distancia, camiones y trabajadores formaban muros de color naranja a marchas forzadas.  

Con los deberes del semestre cumplidos, fui citado la mañana del 25 de enero de 1990 y junto con 2 jefes de grupo más, no recuerdo sus nombres, el profesor Joel de Historia de México y el coordinador del plantel, Jorge Ordóñez Padilla, fuimos a conocer el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla.  

Cuando el auto del profe tomó la carretera a Atlixco el alma se me fue del cuerpo… Literalmente, estábamos saliendo de la ciudad… Para el momento en que ingresó a San José Vistahermosa, cuya existencia ignoraba, ya pensaba en la manera de hacerme crecer alas, pues no veía otra forma de llegar hasta allá. Pero el cenit de la desolación llegó cuando, luego de un tramo de accidentada terracería, arribamos a nuestra flamante escuela. Solita en una loma, sin nada, absolutamente nada alrededor, ahí se veían las 3 edificaciones con las que inició el U-2.  

El edificio de 2 pisos que está justo al entrar, el de laboratorios, oficinas y baños de en medio, y uno con 4 salones en el fondo. Unas cuantas jardineras, la plancha de cemento en el centro y nada más. Desde ahí se veía todo, pero no había nada, pasto amarillo, milpas a lo lejos, ni un árbol, ni un arbusto…  

Ahí cerquita estaba el salón social de los ejidatarios, que vivían en un pueblito ahí cerca, de nombre San Bernardino Tlaxcalancingo, ubicación geográfica exacta de nuestra alma mater.  

A pesar del panorama desolador, el coordinador Ordóñez estaba extasiado y, pasado el tiempo, entiendo que la ocasión lo merecía. Me tocó ser uno de los primeros 3 alumnos en conocer oficialmente el fruto del trabajo de ese hombre, que nunca claudicó en su ideal de darle al U-2 un edificio que pudiera llamar “mío”.  

Durante algunos minutos de esa fría mañana de jueves recorrí cada rincón del entonces diminuto plantel. Todo olía a nuevo, como si el cemento y la pintura amarilla estuvieran frescos aún y lejos de apreciar lo que significaba estar ahí en ese instante, me atormentaba más la idea de cómo cambiaría toda mi vida para desplazarme hasta ese rincón en las afueras de la ciudad…
 

Próxima entrega: El primer día en la vida del Plantel U-2

8.19.2013

Estrenemos escuela (el origen del plantel U-2) Parte 1: Los años en el ‘Mausoleo’



Desde su creación en 1982, el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla tenía el anhelo de contar con un plantel propio, pues en sus albores, la escuela operó en la planta alta del antiguo edificio de la Normal del Estado, ubicado en la 11 sur, entre las avenidas 11 y 13 poniente.


"El Mausoleo", como lo rebauticé tras los primeros meses de tomar clases en sus viejos salones y sus antediluvianos pupitres, fue donde el U-2 fungió en calidad de "huésped" en sus primeros 8 años de existencia.

 

Casi toda el ala este del segundo piso y una parte del sector suroeste eran "nuestros dominios", a los cuales llegábamos subiendo unas inmensas y oscuras escaleras, tan oscuras como los salones en los meses de invierno, cuando tomábamos clases a las 7:00 y solíamos llegar antes de que el sol se asomara.
 

Pero el colegio era como un "arrimado" en la Normal, donde tenía que convivir con una escuela primaria que ocupaba la planta baja y a cuyos patios los alumnos de Bachilleres no podían pasar hasta que no hubiera un solo niño de la escuela elemental, a eso de las 13:30 horas, cuando al fin podíamos bajar a cascarear. Con el riesgo de equivocarme, pero creo que hasta un jardín de niños había entrando a la izquierda en el patio del gran árbol.



Además, durante los veranos, el U-2 tenía que "mudarse" pues la Normal hacía uso de los salones para la impartición de cursos para el magisterio y pues como las instalaciones no eran propiedad de Bachilleres, pues a buscarse dónde operar. La Secundaria Venustiano Carranza, esa que está en la esquina que forman la avenida 25 poniente y la calle 17 sur era la sede veraniega del U-2. Ahí presenté mi examen de admisión y acudí a un curso de inducción, semanas antes de poder pisar el "Mausoleo" por primera vez.



Desde el primer semestre, además de las cuotas normales, había una especial, que se llamaba algo así como "pro construcción del plantel propio", algo que sonaba a sueño guajiro para una escuela pública que llevaba, para ese entonces, 6 años operando como Dios le daba a entender en el edificio de la Normal.



Durante 3 semestres aprendí a viajar al Paseo Bravo para tomar clases, a nadar entre un mar de pequeños mozalbetes cuando me tocaba salir al mismo tiempo que la primaria, a tratar de usar unos laboratorios que parecían haber sido escenario de la tesis del Doctor Frankenstein y a aprovechar los raros momentos en que el sol se colaba al segundo piso del "Mausoleo" para no morir de frío.

 

Pero por increíble que nos pareció en las postrimerías de 1989, la maldición no era para siempre...

 

En la siguiente entrega: De Excursión al Suburbio

8.07.2013

Hoy quiero escribir sobre ti…


No te conozco y sin embargo, sé muchas cosas de ti
 

No sé tu segundo apellido, pero sé pronunciar tu nombre al derecho y al revés, deletrearlo, decirlo al revés y encontrar al menos 9 palabras que riman con él...
 
Nunca me has dicho más de 8 palabras seguidas y no obstante te he escuchado hablar hasta por los codos...

Jamás te he visto un fin de semana, pero puedo recitar al menos 7 de las cosas que sueles hacer los sábados y domingos.
 
Nunca te he contado un chiste, pero sé cuánto dura tu carcajada hasta antes de que empieces a ahogarte.
 

No somos amigos, pero a veces creo que yo también detesto a tus enemigos.
 
Nunca hemos salido, pero sé que nos pelearíamos por pagar la cuenta si lo hiciéramos y, al final, nos echaríamos un volado para no herir egos.

Detesto todos los estereotipos en los que caes por tu forma de ser, todos sin excepción y, no obstante, me gustaría platicar contigo al menos 2 horas sin temor a experimentar en carne propia la ejecución de esos odiosos estererotipos.
 
Jamás he sido aficionado de los helados de sabores mezclados, pero te vi tantas veces relamer el vasito que en alguna ocasión me compré uno para conocer el sabor y, en efecto, sigo sin ser aficionado.

Aborrezco esas canciones ñoñas de James Blunt que tanto te gustan y, sin embargo, cada vez que veo Back to Bedlam en una tienda te imagino tarareando sus tonadas.
 

Me fascina la sensación que circula por mis ojos cuando te veo llegar a lo lejos aunque tú ni te des cuenta.

Me encanta cómo usas tu sonrisa para conseguir en 4 segundos lo que otras chicas necesitan 17 minutos de argumentos para aspirar a lograr (casi siempre sin tu éxito).


Después de todo esto, que además sé que no leerás, solo puedo morderme los labios y pensar que no hay peor castigo sobre la faz de este planeta que querer a alguien desde el silencio del anonimato... Y sin embargo, lo hago.

1.10.2013

Algunas pseudo verdades universales de los vuelos trasatlánticos



Cruzar "el Charco", como solemos llamar a volar desde México hasta cualquier país de Europa, puede convertirse en un fastidio para quien lo hace a menudo o para quien padece de manera exponencial los estragos de un viaje largo en un avión.

Se puede decir que muy pocas cosas divertidas se pueden hacer en las 10 horas que suele tomar un viaje a cualquiera de las capitales europeas a las que se puede ir desde la Ciudad de México: leer, ver pelis en la compu, en la pantalla del avión o en el iPhone o iPad, comer y dormir un montón y, si se da el caso, sufrir en la turbulencia como si se fuera al Six Flags.

Sin embargo, en pleno meridiano de uno de esos viajes en la primavera de 2012, tal vez aburrido de verle las cabezas a mis vecinos de enfrente, he decidido armar algunas verdades universales de los viajes trasatlánticos sin ningún afán que el de matar el tiempo:

1. Las mujeres mexicanas promedio son las que suben al avión más arregladas y son las que se bajan viéndose más desaliñadas… Extraña transformación que sólo pasa cuando las paisanas cruzan el Atlántico, tanto de aquí para allá como de allá para acá... Afortunadamente para mí, yo soy de los mexicanos promedio que se ven igual de jodidos cuando nos subimos al avión que cuando nos bajamos...

2. A las 6 horas de vuelo todo mundo pierde la etiqueta. A estas alturas, los zapatos están abajo de los asientos, los peinados se fueron a la fregada y ya todos sabemos si el de junto ronca, chupa cerveza o toma vino con la comida y si pide el paso por favor o te habla golpeado cuando quiere levantarse para ir al baño.

3. Invariablemente, a uno siempre le toca sentarse junto a una viejita mientras que el de enfrente o del otro lado del pasillo viaja junto a una reina.
Y por ello, odio a Murphy y sus Leyes del mal, con todo mi corazón.

4. "¿Pollo o pasta?" es la pregunta más veces enunciada por las azafatas de todas las líneas aéreas habidas y por haber.
Por lo menos he escuchado esa preguntita unas 60 veces en castellano, inglés, holandés, alemán, portugués, y claro, casi siempre elijo pollo.

5. Los rusos son escandalosos aun cuando hablan en voz bajita.
Supongo que en esa parte del mundo parece no existir la discreción, porque aunque ellos susurren, despiertan a cualquiera que tenga el sueño ligerito... Ahora imagínenselos sosteniendo una acalorada plática. Sálvese quien pueda.

6. Una chela se sube más rápido si te la tomas en un avión, lo cual no es descabellado, pues ya le ayudaron a ponerla 3 mil pies por arriba de la tierra.
Es una mera cuestión de física elemental.

7. Aunque viajes en KLM, British o American Airlines, el jugo de naranja que siempre dan es Jumex ¿será por bueno o por barato?
Lo bueno es que no me disgusta.

8. Nunca falla que cuando quieres ir al baño te pasa que: o hay una fila inmensa de señoras inmensas esperando entrar o en el momento en que te levantas cuando no hay la fila inmensa el avión entra a una zona de turbulencia y se escucha inmediatamente la orden de "manténgase sentado y con el cinturón de seguridad abrochado".
Otra de las intromisiones de Murphy en la vida del viajero transatlántico.

9. A las 8 horas de vuelo te das cuenta qué reinas de las que viste al inicio del vuelo son realmente reinas. Las que lo son pueden caminar por el pasillo del avión descalzas, despeinadas y desaliñadas y aun así se ven reinas. Las que no, pues no...

10. No hay mayor bendición que hacer un vuelo trasatlántico sin niños. Si un chamaco chillón es odioso en un parque en el que sus berridos pueden perderse en la inmensidad de los árboles, imaginen los berridos confinados a una cabina de avión… el efecto tiende a ser exponencialmente devastador.

11. Viajar en un vuelo sin un chino es como encontrarse una pizza sin queso. Es una mera cuestión de matemáticas: no hay más aviones que chinos en el mundo, así que eso aumenta increíblemente la posibilidad de que toooodos los aviones del mundo tengan a bordo al menos a un chino.

Afortunadamente, después de escribir esto, me dio sueño y me voy a echar una jeta antes de llegar a Madrid, espero que no sea tan aburrido que también te dé sueño a ti que amablemente le has dado tu tiempo a estas líneas...

¡Buen viaje!