10.21.2007

El Chico de Goma


En toda historia de amor, suele ser uno el que aguanta más los madrazos, a veces, literalmente.

Hacía casi un año que Él no sabía nada de Ella, que no la escuchaba, que no la veía.

De pronto, súbitamente, un día tomó la llamada. Su voz cortante era la de siempre, tan bella, tan impresionantemente familiar a pesar de que contestaba con monosílabos a todo. Al final de la efímera plática, un compromiso, para 15 días después, en el lugar donde miles de historias se fraguaron en la ciudad de Puebla: el Gallito (Reloj situado en la esquina de la 11 sur y Avenida Reforma, en pleno Paseo Bravo).

Él pasó 14 días planeando lo que le iba a decir, cada palabra, cada tema, cada pregunta. Invirtió igual cantidad de tiempo en escoger de entre su pobre guardarropa lo menos jodido para su reencuentro con Ella, el cual sería en una tarde de miércoles del mes de julio.

Pero como en tantas otras ocasiones, la fatalidad se invitó sola. La noche anterior a la cita, a las 23.56 horas, su jefe le pidió trabajar al día siguiente, un miércoles, que era desde hacía dos años y con religiosidad exacta, su día de descanso. La idea de mandarlo directo al carajo pasó más de una vez por su mente; también la de rogarle de rodillas que lo dejara descansar porque iba a ver al amor de su vida por vez primera en más de un año; pero con todo y sus ideas, el caso es que al otro día, a las 17:00 horas ya estaba en la oficina laborando.

Él trató por la mañana de hablar con Ella para cancelar, pero ni a las 7:00 de la mañana la pudo encontrar, no había forma de localizarla en el sitio donde hacía el servicio social y las 17:30, hora de la cita, se acercaba cruelmente.

Durante 30 segundos, Él se asomó a un balcón e imaginó lo increíble que se suponía sería esa tarde, después de tanto tiempo, poder verla, escuchar su voz y ver sus ojos, aunque Ella fuera igual de cortante que siempre, aunque lo despachara en 15 minutos, aunque le importara poco lo mucho que la había extrañado.

Y antes del segundo 31, a las 17:17 horas, una fuerza desconocida se apoderó de su ser y entonces dejó en una mesa los papeles que tenía en la mano, escribió una nota de disculpas para Ella y sin dar mayor explicación, salió corriendo a toda velocidad.

Tenía que cruzar el centro histórico de la ciudad para poder llegar al Gallito y sólo un autobús, que pasaba a cinco calles de distancia, podía llevarlo aún a tiempo. Dio la vuelta sobre la Calle 4 Norte esquivando gente y con la firme idea de que tenía que alcanzarla.

Tan concentrado estaba que al tratar de cruzar la primera calle no vio un viejo automóvil venir hacia él y cuando lo hizo era demasiado tarde para evitar el contacto.



Los siguientes segundos quedaron grabados de manera borrosa en su memoria... Aparentemente, al ver el auto, una antigua cafetera del año del caldo, alcanzó a saltar y eso le salvó de ser golpeado en las piernas, pero no evitó que le diera un buen madrazo que lo hizo volar algo así como un par de metros por los aires, para aterrizar en el cofre del automóvil, de donde rodó para aterrizar en el suelo.

Entonces, del vehículo bajó un viejito de unos setenta y tantos años, muerto del pánico, dejando a su esposa a bordo, la cual tenía aun más cara de espantada que su marido.
"¿E-Estás bien?" fue lo que le atinó a decir.

Lo increíble es que lo primerito que Él hizo al levantarse fue ver el reloj... había perdido tres minutos... "Díscúlpeme, señor, discúlpeme, fue mi culpa, en verdad fue mi culpa"... le dijo Él al sorprendido veterano quien, al igual que su esposa y dos o tres curiosos que se pararon a ver la escena, fueron testigos de cómo el atropellado, en lugar de checar si tenía algún hueso roto o de perdida un raspón, buscó su cartita en el piso, la recogió y, tras disculparse una vez más, salió corriendo rumbo a la 12 Oriente.

Aquella tarde de la década pasada, Él y Ella platicaron cinco minutos antes de que el primero tuviera que volver al trabajo.

En efecto, Ella fue fría, indiferente, no le afectó que Él no pudiera invitarla a tomar un café, no le hizo mucho caso al papel que le dio y partió a su casa como si nada hubiera pasado...

Por supuesto, Él no le contó nada del accidente y Ella siguió su camino sin enterarse de que, minutos atrás, el tipo al que dejaba suspirando en el Gallito había, literalmente, volado para ver sus ojos... Afortunadamente, lo único que se rompió fue un corazón...

Años después Ella se enteró de la historia y esbozó una sonrisa...