8.10.2014

La Madre de Todos los Souvenirs




En junio de 2011, en un puesto de venta de artesanías en Plaza de Catalunya llamó nuestra atención una t-shirt con el estampado de una flor que nos pareció extrañamente familiar luego de casi una semana de vagar por Barcelona. 

Como buenos e ignorantes turistas, mi súper brother Ricardo Madrigal y yo preguntamos si significaba algo esa flor en la playera a lo que el vendedor, fabricante de las mismas, nos explicó con toda amabilidad que se trataba del dibujo de “las baldosas” de Barcelona.

"¿Las qué?” preguntaron los buenos e ignorantes turistas.

"Las que se usan en casi todas las calles de la ciudad”…

"Ahhhh, las baldosas… ja ja ja ja…”

(baldosa2. (De or. inc.). 1. f. Ladrillo, fino por lo común, que sirve para solar.)

No me acuerdo si compramos la playera, pero sí recuerdo que a partir de ahí nos obsesionamos con las baldosas y a cada ocasión que encontrábamos una, lanzábamos el grito de guerra "¡las baldosas!" lo cual se convirtió en una broma local durante el resto de aquella vacación primaveral en la capital de Catalunya.

Habría yo de volver un año después a la Ciudad Condal y entonces la obsesión se convirtió en enamoramiento… amaba ver las calles donde ese particular diseño de la flor era utilizado.
Un poco más informado, ya sabía que “la flor más pisada de Barcelona” data de 1900 y que fue diseñada por Juli Capella i Quim Larrea, considerada, literalmente, piedra angular del diseño Modernista, usada primero para pavimentar los patios de caballos de "La Casa Ametller" y más tarde adoptados para esparcirse por las banquetas de toda la ciudad junto a los otros cuatro diseños (Cuatro redondas, Pastillas de chocolate, Circunferencias concéntricas y Rombos con cuatro círculos).

Mi pie sobre la baldosa, junio de 2012, cerca de la Barceloneta.


En aquella visita de 2012, mi enamoramiento solo me dio para buscar algún souvenir con el diseño, pero lo más que encontré fue un chocolate carísimo que, por supuesto, no compré, porque estaba condenado a terminar en algún estómago, el mío en el peor de los casos.

Al volver a México, sentí que algo faltaba en mi maleta, pero también estaba seguro de que había carecido de la claridad mental necesaria para evitar traerme ese hueco…

En marzo de 2014 y tras una ausencia de casi dos años volví a Barcelona con un toque de magia que me hizo cumplir con muchas cosas que antes eran un simple sueño: corrí un maratón en la ciudad más hermosa de la península ibérica, conocí la ciudad en una bicicleta que compré con los señorones de Cap Problema, tomé algunas fotos chidas y tuve la claridad mental, y la fortuna, para no traerme el mismo hueco de 2012 en la maleta.

La idea cruzó por primera vez por mi cabeza en una de esas caminatas de 5 o 6 horas que me llevó del Gothic a Port Vell, de ahí a El Raval, a Saint Antoni, a la Ronda Universitaria, al Eixample y a Plaza de Catalunya… Mis ojos se pasearon por los pisos como si trajera a cuestas la más horrible de las depresiones, pero no, la mira estaba puesta en el piso, buscando una, tan solo una que estuviera rota, suelta o al menos floja, porque, eso sí, jamás consideré ni de cerca la idea de arrancar una de su lugar, eso nunca.

Desafortunadamente, una semana después, la depresión estuvo por hacerse real. No había una sola baldosa a merced de un baboso mexicano.

Un par de días antes de tener que coger mis chácharas y volverme con el mismo hueco de dos años atrás, tuve a bien hacer mi tercera visita al Can Paixano, bar de tapas conocido popularmente como la "Xampanyeria" y que está en la estima más alta de quienes queremos comer algo típico y llevamos el bolsillo más o menos despoblado...


La entrada del Can Paixano en Carrer de la Reina Cristina 7... Justo enfrente de la tienda donde está el letrero de Sony, de ahí tomé la Madre de Todos los Souvenirs de Barcelona.

Desde la primera vez que fui me había topado con que la calle estaba cerrada porque estaban rehaciendo la carpeta de asfalto, lo cual me pareció molesto en esa oportunidad pues había muy poco espacio para transitar, apenas la banqueta. Sin embargo, en esta ocasión lo que estaba cerrado era la banqueta porque estaban quitándola toda… ¡quitándola toda!

Ahí fue donde mis ojos se clavaron en una pila de escombro y sí, ahí estaban, todas rotas, una tonelada de baldosas, todas destrozadas… Oportunidad única, estúpido único… Me dio miedo acercarme a los obreros que ahí laboraban para pedirles chance de tomar un pedazo de baldosa aunque fuera.

Me metí a comer y pensé que con la barriga medio llena vendría el valor para decirles a esos malencarados tíos nada más abandonara la “Xampanyeria”. Sin embargo, al salir fue que ocurrió la magia de la que hablaba arriba. Inconsciente de la hora, hasta que di un paso afuera y me percaté que la calle estaba desierta caí en cuenta que eran alrededor de las 15:30 horas y que eso en España solo puede significar una cosa: ¡hora de los sagrados alimentos!

De tal suerte, no tuve que pedirle permiso a nadie. De hecho, ni siquiera volví a donde estaba el escombro que divisé en un principio, porque a unos metros de la entrada del Can Paixano había una pila de baldosas sueltas y todas estaban completas…

Me dí el lujo de escoger la que tuviera menos cemento en la parte posterior, la metí a una bolsita de papel de nike que le vino como guante, la cual además cumplió una función retórica pues decía en uno de sus costados "Just do it" y pues le hice caso, lo hice, y partí con la madre de todos los souvenirs en una mano y una sonrisota en la cara.

El destino final de mi baldosa, en mi lugar de trabajo en la Ciudad de México.

1 comentario:

Ricardo Madrigal dijo...

A huevo Hermano y si compramos la playera para mi sobrino, hoy ya la usa su hermanita.