8.01.2008

Su nombre en la playa...

El texto que está a continuación está tomado de una carta escrita con puras mayúsculas, que dejó mis manos hace muchos años:



Viernes 27 de noviembre, San Sebastián, España...

"Son apenas las 8:30 horas y ya he tenido suficiente para un día. No puedo creer que alguien pueda cometer tantas burradas en tan poco tiempo...

"Haberme lanzado a San Sebastián sin conocer, sin planear nada, subiéndome a un tren que ni siquiera decía San Sebastián en su destino final ya parece tonto. Creer que un borracho podía ser mi referencia para no errar la estación en la que tenía que bajar cuando él no sabía ni qué día era, definitivamente raya en lo estúpido, pero venir al norte de España en la víspera del invierno con una playerita de algodón y una camisa ya entra en los niveles de la pendejez...

Damas y caballeros: Jorge Jair Meléndez lo hizo otra vez... Estoy caminando sobre el Paseo de Ramón María Lilí, a un lado del río Urumea, temblando desde los pies y hasta la cabeza... De nada me sirvió esperar en la estación del tren hasta que amaneciera porque la temperatura no ascendió nada... No tengo un mapa así que no tengo ni idea de a dónde debo ir como buen turista... Con el castañear de mis dientes ya me mordí tres veces la lengua, y eso que no he mencionado palabra alguna en lo que va de la mañana...

"Al llegar al final del río, y de la ciudad, quedo frente al Mar Cantábrico; trato de detenerme a observar su inmensidad y tras 20 segundos me doy cuenta de que esa es la forma más fácil de suicidarse en San Sebastián: quedarse parado. El frío es tan inmenso como el mar del cual seguramente proviene. Por ello, antes de que mi nariz se ponga dura y se caiga, pongo a trabajar mis pies de nueva cuenta y dejo que el mismo mar me guíe en mi desconocida ruta por lo que por aquí llaman Donostia.

"Quince minutos después, la noche que pasé al lado del borracho en el tren comienza a pasarme factura: no dormí nada en toda la noche, me pesan mis ojitos... Y ya entrados en quejas, mi estómago me reclama que lo único que tiene dentro es un litro de horchata de chufa, una chela y un triangulito de pizza del Born... chale.

"Como buen cínico me las arreglo para ignorarme a mí mismo y dejo que los paisajes de San Sebastián sean mi desayuno. Llego entonces al puerto y las casas de madera, los pequeños botes pesqueros y la gente que trabaja a pesar del clima me roban un par de suspiros.

"A partir de ahí, las cosas se vuelven un poco borrosas... Me muero de sueño, me muero de frío, no sé dónde estoy, no sé a dónde debo ir... veo unas bancas a un lado del muelle pero me percato de que ni las gaviotas se paran en ellas; en lugar de subir, la temperatura está bajando... Me gustaría sentarme en una de esas bancas y dejar que Morfeo me lleve a su reino por unos minutos, aunque sea por unos minutos. Ya lo hice en París, en Sevilla, en Lisboa, en Madrid, en Pamplona y en Barcelona... ¡Cielos! ¡he actuado como indigente en tantos lados! Pero aquí no puedo, a menos que quiera donar mis órganos congelados para futuras generaciones...

"Me doy cuenta entonces de que camino por la Playa de la Concha, en la bahía del mismo nombre... Se ve que el agua está mega helada y que las olas al romper hacen temblar hasta a la arena... Algunas personas caminan por la desierta playa, una de ellas se atreve a correr sin que el frío le inmute. Yo quisiera correr, extraño correr, pero no puedo, las piernas me tiemblan y estoy tan cansado, tengo taaanto sueño .............................................................. 

¿Qué? ¡Rayos! Ahora sí que estoy convencido de que estoy mal... He caminado cerca de 20 metros dormido... Me detengo y me da risa... Ja ja ja ja ja ja ja... ¡Cielos, me dormí como caballo lechero! Pude haber caminado hacia el mar y morir ahogado, pude seguirme de frente hasta topar con pared y desfigurar mi rostro, pude haber sido confundido con un zombie etarra listo para sacrificar mi inmunda existencia en favor de la causa separatista vasca... ¡oh, oh! Llevo parado dos minutos y no puedo moverme... Me estoy congelando y no puedo mover un dedo... ¡Vaya forma de morir! Observo a mis lados y no hay nadie en 200 metros a la redonda... Voy a morir helado y nadie se percatará de mi deceso...

"Bueno, me digo, por lo menos voy a disfrutar el paisaje... Frente a mí, la isla de Santa Clara parece decirme '¿Para qué te detuviste, burro?'... Mientras, me parece ver cómo una gaviota se acerca a mí, con una libreta en una pata y un bolígrafo en la otra, preparada para redactar mi epitafio...

"Y entonces sucedió: mi pie izquierdo desafió al gélido clima y empezó a rascar sobre la arena. Una, dos, tres veces trazó una pequeña línea recta... Un segundo después, me había movido un metro para trazar una curva, otra recta y una curva más que cerraron el dibujo... Era una 'C'...

"Una chica que pasaba por ahí se detuvo dos segundos y se preguntó qué era eso en la arena, sin saber que el tipo que la había hecho tampoco sabía...

"Lo único que sí sabía es que mi pie izquierdo, el más torpe de los dos, me estaba pidiendo seguir y así lo hice... Dos letras después, el frío parecía cosa del pasado... Hacer una 'O' fue lo más difícil. Quise que el círculo fuera perfecto y por eso me tropecé dos veces antes de aceptar que no soy un compás y antes de rematar con un 'HOLA' arriba de mi obra...

"Di cinco pasos hacia atrás y me quedé parado viendo lo que acababa de pasar: Ella había salvado mi vida... Era gracioso, porque en ese instante estaba jalando aire... estaba agotado...

"Tomé entonces unas fotos y lo mismo hicieron los infaltables japoneses que a todo y a todos les toman fotografías; y después me volví a quedar inmóvil... No sé cuánto tiempo fue, creo que cinco minutos; el reloj me dijo que habían sido 15... Mi reproductor de mp3 tocó durante ese tiempo en un volumen muy bajo, casí susurrándome al oído una canción que parecía proféticamente elegida para ese momento: 'Vivo', esa rola que ella me regaló hace tantos meses...

"En el minuto 16 sentí cómo los párpados empezaron a ceder y el frío a abrazarme... Parecía que las cosas estaban como al principio, y siendo muy estrictos así era. Sin embargo, al mismo tiempo no lo era. La Isla de Santa Clara volteó entonces y me dijo 'No tengas miedo, puedes hacerlo'...

"Bajé la cabeza y leí unas 20 veces lo que estaba escrito en la arena... Imaginé la sonrisa que había inspirado esos rayones sobre la playa de San Sebastián y entonces caminé unos metros hacia atrás, y junto a una de las columnas que sostienen el paseo peatonal de la Bahía de la Concha, me senté y me hice 'bolita'...

"El frío me estaba cortando la cara y las manos, pero para su sorpresa, nada podía ya borrar una pequeña sonrisa dibujada por mis labios partidos... ya no tenía miedo de morir congelado mientras dormía, porque en ese momento mi corazón latía cálido, dentro de mí y yo sabía que así se iba a quedar, porque en ese preciso instante sentí que ella estaba ahí a mi lado, hecha 'bolita', junto a mí...

"Sus ojos tenían ese brillo que me había regalado durante cinco o seis segundos desde que la conozco, pero que me resultaba tan familiar como si llevara toda mi vida viéndolo reflejarse en mis ojos...

"Sus manos tomaron las mías y entonces sus dedos hicieron un nudo irrompible con los míos... El calor de su cuerpo contagió a mi cansada y maltrecha armadura...

"Sin querer, hice cuentas; en México era la 1:30 AM, y respiré aliviado. Nadie en su casa notaría que se había salido unos minutos para cruzar el océano Atlántico y estar conmigo...

"Finalmente, después de tanto esperar, estábamos solos y no hubieron teléfonos, ni juntas, ni jefes, ni novios que nos separaran...

"¿Cuánto tardé en volver en mí? No lo sé... Cuando lo hice aún podía leer su nombre en la arena... ¿Cuánto tardé en preguntarme si no había alucinado por el frío? Casi nada.

Sin embargo, no había formulado la primera palabra de la respuesta cuando sentí mis labios... No estaban partidos, ni siquiera estaban fríos... El sabor a sangre que me había acompañado toda la mañana había dejado su lugar a un sabor nuevo, diferente, desconocido, pero familiar, como si lo conociera de toda la vida...

"Me levanté con un salto temerario, un salto que creí me ayudaría a llegar a un rincón en Aragón, en el DF... No fue así, pero sí llegue a donde su nombre, escrito en la playa con mi pie izquierdo. Lo grité en silencio mil veces, tantas que el mar ensordeció, tantas que la Isla de Santa Clara me juró que mis gritos habían cruzado el océano Atlántico y que ella, la dueña del nombre en la arena, sabía todo de ese día y que tal vez, sólo tal vez, dormía en ese momento en un rincón de Aragón, con un pequeño sabor a sangre en su boca...

"Cuando subí al tren de vuelta a Barcelona a las 23:30 horas de ese mismo día, me pregunté si San Sebastián podría perdonarme por dejarle un momento inolvidable, me pregunté si sus promesas se volverían realidad, y me pregunté si algún día podría dibujar mi nombre en el corazón de ella como dibujé el suyo en la playa de San Sebastián..."

TQM, JMP


La carta no tuvo respuesta... Y hoy, seguramente está olvidada en una caja de zapatos...