Prólogo: Preludio a la tragedia
Armado con el ánimo que me dio el Lunes de Desquite, la segunda semana de junio parecía ser el anhelado puente a la felicidad adolescente.
El miércoles poco me afectó que la niña del 4º “A” mantuviera su costumbre de quedarse guardada en su salón de clases todo el día. Cuando salió me puse “bien trucha” y una vez que me cercioré que el tío de la motocicleta no estaba en el lugar de costumbre, repetí la estrategia de correr en busca de mi musa.
Esta vez no le di chance a la tragedia, por lo que la alcancé justo en la esquina de la Calle 10 y el Bulevar Atlixco.
Armado con el ánimo que me dio el Lunes de Desquite, la segunda semana de junio parecía ser el anhelado puente a la felicidad adolescente.
El miércoles poco me afectó que la niña del 4º “A” mantuviera su costumbre de quedarse guardada en su salón de clases todo el día. Cuando salió me puse “bien trucha” y una vez que me cercioré que el tío de la motocicleta no estaba en el lugar de costumbre, repetí la estrategia de correr en busca de mi musa.
Esta vez no le di chance a la tragedia, por lo que la alcancé justo en la esquina de la Calle 10 y el Bulevar Atlixco.
Aún jadeando por el esfuerzo de la corrida, me
atreví a saludarla.
-“Hola, ¿te acuerdas de mí?”
-“Hmmm… sí”
-“Er… ¿Cómo me llamo?”
-“… (sonrisa nerviosa)… Dios, se me ha escapado”.
-“Ji, ji, ji… No te culpo, a mí me sucede lo mismo…
Hagámoslo de nuevo, ¿sale? Hola, me llamo Jorge”…
Y así fue como me las arreglé para conocer su nombre, lo cual fue prácticamente lo último que me dijo, pues luego de la lapidaria frase de “Oh, ahí viene mi combi”, tuve que dar un paso para atrás y dejar lo mejor para el final:
-“Er… Bueno, pues ya te saludé y pues espero que pueda verte por ahí en la escuela… oye ¿tú no sales mucho de tu salón, verdad?”…
Ella no contesta y hace el movimiento para subirse a su transporte no sin antes escucharme decir “Ojalá y pueda, porque encontrarte sola es como encontrar oro”.
Ella apenas se sonríe, sube a la combi y parte sin más.
-“Hola, ¿te acuerdas de mí?”
-“Hmmm… sí”
-“Er… ¿Cómo me llamo?”
-“… (sonrisa nerviosa)… Dios, se me ha escapado”.
-“Ji, ji, ji… No te culpo, a mí me sucede lo mismo…
Hagámoslo de nuevo, ¿sale? Hola, me llamo Jorge”…
Y así fue como me las arreglé para conocer su nombre, lo cual fue prácticamente lo último que me dijo, pues luego de la lapidaria frase de “Oh, ahí viene mi combi”, tuve que dar un paso para atrás y dejar lo mejor para el final:
-“Er… Bueno, pues ya te saludé y pues espero que pueda verte por ahí en la escuela… oye ¿tú no sales mucho de tu salón, verdad?”…
Ella no contesta y hace el movimiento para subirse a su transporte no sin antes escucharme decir “Ojalá y pueda, porque encontrarte sola es como encontrar oro”.
Ella apenas se sonríe, sube a la combi y parte sin más.
Un individuo que vende sillas tejidas
ha presenciado todo el número y solo se me queda viendo… Creo que hice el
ridículo.
No obstante, para mí esos 2 minutos y 37 segundos de plática fueron un triunfo y nada me iba a quitar la ilusión…
Bueno, casi nada…
Ahora sí, se recomienda leer la siguiente historia al son de Lonely World de Dion and The Belmonts
No obstante, para mí esos 2 minutos y 37 segundos de plática fueron un triunfo y nada me iba a quitar la ilusión…
Bueno, casi nada…
Ahora sí, se recomienda leer la siguiente historia al son de Lonely World de Dion and The Belmonts
Un Final Más...
El viernes de la semana que sería el puente a la anhelada felicidad adolescente caminaba al lado de Viloria rumbo al U-2 en nuestro cotidiano trayecto por el Paseo San José Vista Hermosa Norte.
Como en nuestros mejores momentos de aquel, nuestro primer semestre en el nuevo plantel, nos íbamos dando de golpes en los hombros y haciéndonos burla con la compañera más fea del grupo entre carcajada y carcajada.
Con las clases a punto de terminar, todo pintaba para ser un hermoso día que, sin embargo, se volvió el más oscuro de la historia en un abrir y cerrar de ojos.
El viernes de la semana que sería el puente a la anhelada felicidad adolescente caminaba al lado de Viloria rumbo al U-2 en nuestro cotidiano trayecto por el Paseo San José Vista Hermosa Norte.
Como en nuestros mejores momentos de aquel, nuestro primer semestre en el nuevo plantel, nos íbamos dando de golpes en los hombros y haciéndonos burla con la compañera más fea del grupo entre carcajada y carcajada.
Con las clases a punto de terminar, todo pintaba para ser un hermoso día que, sin embargo, se volvió el más oscuro de la historia en un abrir y cerrar de ojos.
Creo que atravesábamos la Calle 18, cuando a nuestro lado, apenas a unos cuantos centímetros, pasó la maldita motocicleta, con la niña de los rulitos en la parte trasera, abrazando al piloto.
A pesar de que ya había imaginado la escena cientos de veces, verla en vivo y a todo color me dejó helado, sin palabras.
El tiempo que tardamos en llegar de la Calle 18, el “sitio de la tragedia”, hasta el plantel, fue como de dos siglos y 517 años. En ese trayecto mi subconsciente decidió echarme la manita: pensé “seguro es su hermano que viene a dejarla, ahorita pasa de regreso”… Pero tal cosa no sucedió.
El drama apenas empezaba.
Quince minutos después, ella estaba en clase y el tipo este se encontraba a sus anchas, parado enfrente del baño de hombres. Por un par de segundos deseé que el tipo estuviera dentro de alguno de los retretes del mismo… Pero no, ahí estaba, en mis narices, un tipo como de 21 años ¡un adulto en tierra de niños! Era todo taaaaan injusto.
Quince minutos después, ella estaba en clase y el tipo este se encontraba a sus anchas, parado enfrente del baño de hombres. Por un par de segundos deseé que el tipo estuviera dentro de alguno de los retretes del mismo… Pero no, ahí estaba, en mis narices, un tipo como de 21 años ¡un adulto en tierra de niños! Era todo taaaaan injusto.
Y entonces llegó el momento de la ejecución final: ella salió de su salón, cruzó la plaza de la escuela y corrió a su encuentro. En el instante en que lo abrazaba, sentí que, sin querer, alcanzó a verme de reojo, como si le hubieran encargado sumir más la daga en aquel corazoncillo de 17 años que se desmoronaba en pedacitos.
Creí que era demasiado y huí del lugar… No recuerdo bien qué fue lo que hice o hacia dónde me dirigí, solo quería evitar más castigo.
En el aire de la escuela había nerviosismo porque se rumoraba que se eliminaría la política de exentar exámenes finales, el cual se mezclaba con la expectación porque el partido Checoslovaquia vs. Austria del Mundial estaba a punto de comenzar.
Sentado junto a la jardinera más cercana a la entrada del plantel, creí que podría sobrevivir al menos unas horas más, pero entonces ella pasó frente a mí, solo para encontrarse nuevamente con su amor, justo en la entrada de la escuela. Ahí se abrazaron con cierto frenesí y a mí ciertamente que eso terminó de enterrarme…
De golpe entré en razón de lo patética de mi situación... Hasta horas antes me había creido en las puertas del cielo por 2 pequeñas pláticas de menos de 5 minutos, cuando el tipo de la moto era el verdadero habitante del paraíso, porque mientras yo tenía dos pláticas y un nombre, él la tenía a ella en los brazos, y no hacía falta ser físico nuclear para percatarse que ella estaba feliz ahí.
Era todo para mí.
Al partir del U-2 aquel viernes de junio me di cuenta que, en esencia, nada había cambiado para mí: Seguía con las manos vacías; pero en un momento que nunca voy a olvidar, quizá por primera vez en mi entonces corta vida, le vi el lado positivo a una historia con un descenlace funesto. En menos de dos semanas fui del suelo al cielo y de regreso; corrí como nunca por Vista Hermosa para tener 3 minutos de plática con la niña más linda del plantel y arrastré mis pies todas esas calles cuando la realidad me plantó cara.
Estaba triste, ciertamente, pero no sé por qué, esa vez en lugar de bajar la cara y caminar con los hombros hacia abajo y las manos adentro de los bolsillos, miré al cielo y me di cuenta que, al menos, en esa ocasión perdí con la cara al sol…
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