4.26.2010

El coro

Hasta los más grandes perdedores tienen derecho a un pedacito de gloria.

A mediados de enero, con la apatía que nos producía la clase de educación física, escuchamos una oferta que no pudimos dejar pasar: el profesor Carlos Jiménez, mejor conocido como "El Babas" nos dijo que tenía muchas ganas de que nuestra gloriosa Escuela Secundaria Técnica Número 43 participara por vez primera en el Concurso Estatal de Entonación del Himno Nacional, para lo cual recurría a nosotros en busca de voluntarios para formar el grupo que debutaría en esas lides.

Por supuesto, la respuesta fue nula. Por nuestras cabezas adolescentes de chicos de tercer grado pasaban mil cosas y ninguna de ellas tenía que ver con ponerse a cantar. Sin embargo, en un movimiento magistral, "El Babas" dijo que el que se inscribiera al coro tendría 10 de calificación durante 3 meses en Educación Física y de pilón en Educación Artística... 

Menos de 5 minutos después, mi mejor amigo Esteban Márquez y yo ya estábamos inscritos. Claro, no podíamos dejar pasar la chance de transformar nuestros mediocres ochos de cada mes en tres hermosos dieces.


La patética preparación
La convocatoria al coro nos obligaba a quedarnos algo así como media hora después de clases si salíamos a las 2 de la tarde, o tener chance de ir a cambiarnos a nuestras casas y volver para encerrarnos en un salón para ensayar la entonación del Himno si nuestra última clase terminaba antes.

Las primeras sesiones fueron grotescas, pues si nosotros no teníamos ni idea de cómo armar un coro, el profe Jiménez aparentemente estaba aún más perdido.

Se las arregló más o menos, pero los resultados fueron patéticos... Los ensayos iniciales fueron una calamidad: cero entonandos, cero coordinados, cero dispuestos.

No recuerdo bien cuántos nos aventamos la bronca de ir al coro, pero creo que la tercera parte desertó hacia la tercera práctica. Bueno, ni la grabadora en la que llevaba el profe la cinta con el tema musical servía bien.

Una semana antes del concurso, en el que estarían todas las secundarias de la zona, el panorama era desolador. Una tarde, de plano, a la hora del ensayo del coro decidimos irnos mejor a jugar una cascarita a una cancha que está a una calle de la escuela, la cual fue interrumpida por una emisaria del maestro Jiménez, quien la envió para amenazarnos con reprobarnos los tres meses --en las dos materias- si no nos regresábamos inmediatamente a ensayar.

De tal suerte, con el ambiente enrarecido por nuestras muestras de insolencia y el enojo del profe, el tiempo de preparación terminó y el 12 de febrero llegó al calendario con la promesa de un auténtico desastre.

Camino al matadero
Situada en un suburbio alejado media hora de la civilización, la Secundaria Técnica Número 43 vio a sus hijos predilectos parados en la esquina de la 105 Poniente y la 3 Sur a las 6 de la mañana, esperando un autobús que los llevaría en un viaje de una hora a la Técnica 1, sede de ese y varios concursos más asociados a los símbolos patrios: concurso de escoltas, de composición literaria a la Bandera y al Himno, bandas de guerra y, por supuesto, de coro.

Cosa simpática, la escolta que representaría a mi secundaria estaba formada totalmente por chicas de mi grupo, el testarudo Tercero A, razón por la cual a una mente brillante se le ocurrió que sería buena idea llevarse a todo el grupo a la Técnica 1 para apoyar a la escolta... A la escolta ¿eh? a la escolta... Así que la singular perspectiva era la de tener a las caras de todos los días, en un sitio extraño... Esto no tendría nada de malo, excepto porque en aquellos días me hallaba atrapado en un par de triángulos amorosos que prometían tener alguna escena extraña durante esa mañana.

Del pueblo al mundo
Apenas llegando a la Técnica 1, nuestras mandíbulas viajaron del cráneo al piso por el tamaño de esa escuela y la cantidad de alumnos que ahí habían... Nos sentimos como bajados del cerro y, en cierto sentido, así era... Una ceremonia nada fuera de lo común fue espectacular para los chicos de los suburbios... En ese momento, las piernas nos empezaron a flaquear y comenzamos a temer por lo que vendría.

Terminó el protocolo de inauguración del evento e inmediatamente nos fue solicitado a los participantes del concurso de entonación del Himno Nacional dirigirnos al auditorio del Internado Julián Hinojosa, situado a la vuelta de la sede de todas las demás competencias... Nos sentimos apestados, camino al sitio ese mientras toda la acción se quedaba en la Técnica 1.

Mexicanos al grito de guerra...
Pero apenas entramos al auditorio y una vez más nos quedamos de a cuatro... Lleno, más de 250 personas, los demás coros con uniformes especiales y nosotros con nuestros zapatos raspados y nuestros suéteres cafés con dos años de uso... Se sorteó el orden de participación y de las 8 escuelas inscritas, fuimos los octavos en recibir la orden de subir al escenario. Eso, por supuesto, nos hizo pedazos los nervios.


Bálsamo simbólico fue ver que, ante las multitudinarias porras que llevaban todas las demás escuelas, en ese justo instante llegaron Víctor Hugo Flores y Arturo Jiménez, nuestros cuates del alma, único apoyo que tuvo en la tribuna la Técnica 43.

Conforme pasaron los minutos, los coros de las otras secundarias lucieron sus más inspirados talentos ante nuestra incredulidad. Cuando un grupo hizo la separación de estrofas entonadas unas por los niños y otras por las niñas, no pude evitar pensar en que nosotros a duras penas trataríamos de cantar al unísono... Cuando otro coro hizo su presentación acompañado por acordeón, no pude evitar pensar que nosotros llevábamos la grabadora semidescompuesta del profe Jiménez como arma secreta... 

Y así, llegó nuestro turno y nos dirigimos al escenario sin decir una palabra... Solo nos veíamos los unos a otros como esperando que alguno tuviera el valor de dar la instrucción de salir corriendo del auditorio... Sin embargo, nadie dijo nada... Bueno, ni siquiera teníamos planeada una formación en el escenario... Nos acomodamos como Dios nos dio a entender y cuando faltaban 5 segundos para que la catástrofe iniciara, pasó algo extraño...

Me quedé mirando al profe Jiménez; él me vio primero con cara de angustia, yo no le quité la vista de encima y entonces me miró con ese gesto de "confío en ti" que tantas veces me tocó recibir de mis profes en la secu... Yo apreté la mandíbula, y giré la cabeza para ver a mis compañeros una sola vez... Sin palabra de por medio, todos entendimos el mensaje del profe... No nos íbamos a caer, no en ese momento, y entonces empezamos a cantar.


En ese instante de milagros, otro operó en nuestro favor: la grabadora madreada del "Babas" había sido cambiada por un providencial acompañamiento del piano, que el profe Jiménez consiguió en el último segundo como un favor especial de la maestra que ya lo había usado antes para musicalizar la interpretación de uno de nuestros enemigos.

De tal suerte, con los acordes sublimes del gran instrumento, no podía pasar de otra manera: de nuestros pulmones salió la que seguramente fue la mejor entonación de la pieza patria que habríamos de hacer en todas nuestras vidas.

A pesar de que fuimos los últimos en subir al escenario, hubo aplausos todavía para nosotros entre los presentes, incluidos nuestros rivales... Bajamos tan en silencio como subimos y un "gracias" es lo que recuerdo que nos dedicó Carlos Jiménez después de hacer realidad su sueño de llevar un coro a concursar.

Gracias, gracias y gracias...
Pasado el momento de tensión, decidimos dejar de ser cantantes y volver a ser los chamacos de siempre: acompañados de Víctor Hugo y El "Cocol" regresamos a la Técnica 1 con un peso menos en la espalda, con ganas de reirnos, de clavarnos en los triángulos amorosos de tercero de secundaria y de ver cómo les había ido a las chavas de la escolta, que habían tenido todo el apoyo de la escuela.

En la ceremonia de premiación, los del coro éramos los más relajados. Estábamos echando desmadre en plenos "speechs" de las autoridades porque sabíamos que habíamos cumplido por lo menos con dignidad... Que se pusieran tensitos los demás.

La primera sorpresa fue que nuestra erudita de la composición literaria ni a tercer lugar llegó... La segunda fue cuando anunciaron que nuestra todopoderosa escolta tendría que conformarse con el tercer lugar, pero lo que hizo que entráramos en shock fue cuando, en medio del relajo, escuchamos que la Técnica 43 había obtenido el ¡tercer lugar! en el concurso de entonación del Himno Nacional... 

Gritamos y saltamos como locos. Cierto, no lo esperábamos, y en ese momento que nunca siquiera soñamos, pues no teníamos ningún tipo de reacción preparada... por ello, entre los apretones de manos y los abrazos, me hicieron señas de que yo pasara por la placa, lo cual hice con una sonrisa de sorpresa en la cara y con el desparpajo de darle las gracias uno por uno a todos los ancianos de la mesa de autoridades, dejando un "... yyy gracias" para el último, que se me quedó viendo primero con cara de enojo por mi forma de pronunciar el "yyy", pero luego me sonrió para entregarme el premio...

El regreso a nuestro suburbio fue anecdótico, pues volvimos con algo que apenas 8 horas antes jamás imaginamos conseguir...

Me gustaría saber si esa placa que nos dieron por cantar como nunca está hoy en algún rincón de la dirección de nuestra escuela secundaria y si alguien, además de mí, se acuerda de lo que logró el coro del maestro Carlos Jiménez aquella mañana de un 12 de febrero en la Técnica 1...