12.21.2007

Ayer te robé un beso


 
Lo único de lo que teníamos certeza era que después de esa tarde no tendríamos certeza de volver a vernos.

El semestre había terminado y por razones a las que no recuerdo haber puesto atención cuando me fueron expuestas, su familia se mudaba lejos y la llevaban consigo.

Lo más extraño, es que aquella última tarde, nos dimos cuenta, mientras caminábamos por las calles por las que tantas veces caminamos juntos, que precisamente no habíamos hecho prácticamente otra cosa que pasar un par de años caminando, compartiendo las cosas que nos hacían enfurecer de la escuela y las que nos alegraban, los planes para cuando termináramos de estudiar y lo que no queríamos que pasara.

Siempre nos jactamos de ser grandes amigos.

Pero ninguno de los dos, nunca, habló con el otro sobre sus pretensiones amorosas con los chavos de tercero, ella, o con las chicas de primero, yo... Era como una especie de pacto que nunca firmamos, del que nunca hablamos, pero el cual respetamos hasta el final.

Por supuesto, la mayor parte de la tarde yo estuve como que de malas. Eso suele ocurrirle al que se queda, porque mi vida no cambiaba, yo seguiría caminando por esas mismas calles. Ella tenía una vida nueva por delante, una casa nueva, una escuela nueva, la posibilidad de conocer gente nueva y ver otras caras que las mismas de siempre, con las que yo me quedaría por los siglos de los siglos.

Sin embargo, ella no estaba alegre... Me llevaría años descifrar que esa tristeza que se reflejaba en sus ojos no era una mera atención para hacerme sentir menos mal. Mi mundo era tan pequeño que en ese momento no entendí que la vida de ella estaba cambiando, sí, pero contra su voluntad. Tal vez vendrían muchas cosas buenas nuevas, pero nunca se me ocurrió preguntarle si no le dolería dejar atrás las cosas buenas viejas que tenía a su alcance.

Y esa tarde, como tantas veces, el tiempo se nos fue como agua y cuando nos dimos cuenta ya estábamos en la puerta de su casa, esa reja blanca donde nos despedimos miles de veces sin saber que llegaría una tarde en la que diríamos de verdad adiós.

Con el letrero de Se Vende como testigo, empezó el discurso que nadie quiere dar... "Ojalá y te vaya bien, que tengas materias fáciles, que no te toquen maestros pesados como el de Sociología, que tu papá gane mucho dinero, que tus hermanos se vuelvan buena onda, que logres hacer dos maestrías y tres doctorados, etcétera, etcétera, etcétera...", al que siguió lo mismo pero de ella hacia mí.

Y entonces ambos nos quedamos callados... "Bueno, adiós" dijo ella... "Ok, bye" respondí... Acto seguido, llegaron esos 20 segundos de incómodo silencio... Nunca los habíamos experimentado... Ciertamente nos quedamos callados muchas veces, pero siempre nos sonreíamos y rompíamos la quietud con el clásico "Habla tú", "No, tú"...

Ahora ninguno de los dos decía nada.

¿Quién hizo el primer movimiento?, no lo sé, no lo recuerdo... Si quisiera ser un vanidoso diría que ella, pero no creo. Tampoco recuerdo que haya tenido yo el atrevimiento... Primero porque siempre he sido un cobarde de primera, segundo porque nunca creí tener el valor para hacer algo así, no con ella.

Pero como una casualidad mágica, en el momento en que el sol se ocultó aquella tarde, sus labios tocaron los míos, o tal vez los míos hicieron contacto con los suyos... No lo sé...

Lo que sí sé es que, de pronto, el tiempo se detuvo... No podía ver. Claro, tenía los ojos cerrados, igual que ella.

Ahí, mientras mi corazón trabajaba a marchas forzadas, mi cerebro se veía invadido por miles de preguntas al mismo tiempo.

1. ¿Qué hago?
2. ¿Debo abrir los ojos o dejarlos cerrados?
3. Rayos... ¿qué hay que hacer en estos casos, tronar los besos o hacerlo en silencio?
4. Dios mío ¿Cómo respiro? ¿tendré que sacar el aire por la nariz?
5. Dios mío (otra vez) ¿debo abrir la boca o dejar que nos estampemos completitos los labios del uno sobre los del otro?
6. Rayos ¿Qué estará pensando ella?


La respuesta afirmativa a la pregunta 4 en lugar de componer las cosas generó otra tonelada de cuestiones...

7. Dios mío ¿Quién abrió primero la boca, fui yo... fue ella? ¿si fui yo se va a enojar? ¿cómo puede estar enojada si ella también abrió la boca?
8. Oh, Dios mío, Dios mío ¿Qué hago con la lengua?
9. ¿Qué tal que no hago nada y piensa que soy un cobarde, o que no tengo lengua?
10. ¿Qué tal que la uso en demasía y la ahogo o peor aún, le provoco vómito?
11. Cielos ¿por qué no siento los pies?


Y justo cuando estaba por formular la pregunta número 12, su mano derecha se estrelló en mi mejilla izquierda, y no sé cómo entró a su casa sin usar las llaves.
Lo extraño es que ese instante crucial no había durado más de 10 segundos, por lo que creo que violamos varias leyes del universo, pues no había tiempo de hacer tantas preguntas, besarse, golpearme y huir en tan corto periodo de tiempo.

Más extraño resultó que, a pesar de todo, lo último que hizo antes de azotar la puerta fue sonreir.

Y lo que realmente desafió la lógica fue la manera en la que ese beso, combinado con la bofetada, me dio energía para correr a mi casa en apenas 35 segundos.

Ahí una canción de los Beach Boys selló con sus notas el último capítulo de nuestra extraña historia.


10.21.2007

El Chico de Goma


En toda historia de amor, suele ser uno el que aguanta más los madrazos, a veces, literalmente.

Hacía casi un año que Él no sabía nada de Ella, que no la escuchaba, que no la veía.

De pronto, súbitamente, un día tomó la llamada. Su voz cortante era la de siempre, tan bella, tan impresionantemente familiar a pesar de que contestaba con monosílabos a todo. Al final de la efímera plática, un compromiso, para 15 días después, en el lugar donde miles de historias se fraguaron en la ciudad de Puebla: el Gallito (Reloj situado en la esquina de la 11 sur y Avenida Reforma, en pleno Paseo Bravo).

Él pasó 14 días planeando lo que le iba a decir, cada palabra, cada tema, cada pregunta. Invirtió igual cantidad de tiempo en escoger de entre su pobre guardarropa lo menos jodido para su reencuentro con Ella, el cual sería en una tarde de miércoles del mes de julio.

Pero como en tantas otras ocasiones, la fatalidad se invitó sola. La noche anterior a la cita, a las 23.56 horas, su jefe le pidió trabajar al día siguiente, un miércoles, que era desde hacía dos años y con religiosidad exacta, su día de descanso. La idea de mandarlo directo al carajo pasó más de una vez por su mente; también la de rogarle de rodillas que lo dejara descansar porque iba a ver al amor de su vida por vez primera en más de un año; pero con todo y sus ideas, el caso es que al otro día, a las 17:00 horas ya estaba en la oficina laborando.

Él trató por la mañana de hablar con Ella para cancelar, pero ni a las 7:00 de la mañana la pudo encontrar, no había forma de localizarla en el sitio donde hacía el servicio social y las 17:30, hora de la cita, se acercaba cruelmente.

Durante 30 segundos, Él se asomó a un balcón e imaginó lo increíble que se suponía sería esa tarde, después de tanto tiempo, poder verla, escuchar su voz y ver sus ojos, aunque Ella fuera igual de cortante que siempre, aunque lo despachara en 15 minutos, aunque le importara poco lo mucho que la había extrañado.

Y antes del segundo 31, a las 17:17 horas, una fuerza desconocida se apoderó de su ser y entonces dejó en una mesa los papeles que tenía en la mano, escribió una nota de disculpas para Ella y sin dar mayor explicación, salió corriendo a toda velocidad.

Tenía que cruzar el centro histórico de la ciudad para poder llegar al Gallito y sólo un autobús, que pasaba a cinco calles de distancia, podía llevarlo aún a tiempo. Dio la vuelta sobre la Calle 4 Norte esquivando gente y con la firme idea de que tenía que alcanzarla.

Tan concentrado estaba que al tratar de cruzar la primera calle no vio un viejo automóvil venir hacia él y cuando lo hizo era demasiado tarde para evitar el contacto.



Los siguientes segundos quedaron grabados de manera borrosa en su memoria... Aparentemente, al ver el auto, una antigua cafetera del año del caldo, alcanzó a saltar y eso le salvó de ser golpeado en las piernas, pero no evitó que le diera un buen madrazo que lo hizo volar algo así como un par de metros por los aires, para aterrizar en el cofre del automóvil, de donde rodó para aterrizar en el suelo.

Entonces, del vehículo bajó un viejito de unos setenta y tantos años, muerto del pánico, dejando a su esposa a bordo, la cual tenía aun más cara de espantada que su marido.
"¿E-Estás bien?" fue lo que le atinó a decir.

Lo increíble es que lo primerito que Él hizo al levantarse fue ver el reloj... había perdido tres minutos... "Díscúlpeme, señor, discúlpeme, fue mi culpa, en verdad fue mi culpa"... le dijo Él al sorprendido veterano quien, al igual que su esposa y dos o tres curiosos que se pararon a ver la escena, fueron testigos de cómo el atropellado, en lugar de checar si tenía algún hueso roto o de perdida un raspón, buscó su cartita en el piso, la recogió y, tras disculparse una vez más, salió corriendo rumbo a la 12 Oriente.

Aquella tarde de la década pasada, Él y Ella platicaron cinco minutos antes de que el primero tuviera que volver al trabajo.

En efecto, Ella fue fría, indiferente, no le afectó que Él no pudiera invitarla a tomar un café, no le hizo mucho caso al papel que le dio y partió a su casa como si nada hubiera pasado...

Por supuesto, Él no le contó nada del accidente y Ella siguió su camino sin enterarse de que, minutos atrás, el tipo al que dejaba suspirando en el Gallito había, literalmente, volado para ver sus ojos... Afortunadamente, lo único que se rompió fue un corazón...

Años después Ella se enteró de la historia y esbozó una sonrisa...


9.04.2007

¿Cuantas veces te puedes Transformar?


No sé quién puede ser capaz de juzgar que una persona puede tener algún problema mental si va al cine varias veces a ver una misma película. Eso es algo perfectamente normal en una sociedad de intelectos avanzados como la nuestra.
A veces no captas toda la emoción, los diálogos, los detalles de edición, la fotografía, las transiciones, el guión y demás elementos cinematográficos con una sola vez que veas un filme en la pantalla grande.
Ese deseo de vivir la experiencia de manera integral me llevó a tomar la decisión de no ir sólo una vez a ver TRANSFORMERS al cine. Tampoco fui sólo dos, ni tres, ni cuatro... fui SIETE VECES.
Bonito número ¿no? Y lo más bonito es que, a pesar de que fue la misma película, cada vez hubo algo distinto. Les platico.

Ocasión 1 (14 de julio)
El pleno uso de las influencias, una persona a la que estimo mucho me pasó las respuestas de una trivia que se hizo en un medio impreso para una Premier exclusiva, una semana antes del estreno nacional.
Claro que gané y claro que ahí estuve. La sede fue Cinemark CNA y todas las salas fueron destinadas a pasar por vez primera la cinta en suelo mexicano. De tal suerte, fui uno de los primeritos en verla y durante toda una semana tuve el gusto de decirle al resto del país que iba a tener que esperar seis días para ver una película que yo ya había disfrutado. El único problema es que a todo mundo le valió madres... El señor Rodrigo Gómez, a regañadientes, fue mi coequipero en esta primera aventura.


Ocasión 2 (20 de julio)
Estreno nacional, a las 00:10 de la madrugada. Afortunadamente, esa es la hora a la que salgo de trabajar, además de que hay un Cinemex juntito a la redacción del periódico, así que lo único que tuve que hacer fue caminar 10 minutos y ya estaba en el cine, con mi vaso conmemorativo de la película y los cinco sentidos puestos justo a la hora a la que mejor me funciona la sesera. Grande. El maestro Carlos Milanés y su señora tuvieron la paciencia de brindarme su compañía.

Ocasión 3 (22 de julio)
Mi sobrino Emilio es el heredero de la tradición Transformezca en la familia. Por supuesto, no podía dejar de llevarlo a ver esta gran película. El detalle es que como tiene 4 años, no era onda ir a verla subtitulada, por lo que me la tuve que echar doblada al español. Matine de domingo a las 8:00 AM en Cinépolis de Angelópolis. Pésimo doblaje, pésima elección de actores, pésimos los efectos en las voces de los Transformers... pero al ver la cara del pequeñín cuando vio transformarse por vez primera a Optimus Prime, valió la pena el suplicio. Además de Emilio, a mi lado estuvieron mis sobrinas Danna y Abril, además de mi hermana Eva y su señor Enrique.

Ocasión 4 (30 de julio)
Por supuesto, no podía dejar de invitar a quien me compró mi primer transformer por allá de 1986, un Thundercracker que todavía guardo entre mis recuerdos de la infancia. Aunque nunca fue fanática de la serie y más bien creo que la padeció durante muchos años, mi madre disfrutó en verdad del filme y no porque sea mi madre, le latieron los efectos y la historia. Función de lunes por la mañana en Cinépolis de Angelópolis.


Ocasión 5 (9 de agosto)
Antes de esa media noche sólo había ido en una ocasión, de fatuos recuerdos, a las salas VIP de Cinépolis, y ya mero y no se hace, porque se cebó como tres veces, en que quisimos salir volados a la función de 23:30 en Plaza Universidad y cuando no era que faltaba una previsión, otra cosa se atravesaba en el camino. Afortunadamente, pudimos escapar el último día que la exhibieron en esa sala de sillones reclinables y servicio de cafés y chuchulucos hasta la comodidad de tu asiento. Mis compinches en esa ocasión fueron mi hermana la Beni y el "Benjamín" de la reporteada, Edgar Contreras.

Ocasión 6 (18 de agosto)
Esa mañana de sábado rayó en lo perfecto. Me levanté tranquilamente a las 10:00 de la mañana, me puse la primera muda de ropa que encontré, desayuné un rupestre pero delicioso plato de cereal y después me fui caminando al cine. Función de 11:00 AM, tranquilo, vi la película una vez más, sin presión, salí al terminar, volví caminando a casa, me bañé y me fui a trabajar. Soberbio. ¿claves? No esposa, no hijos, no mascotas.

Ocasión 7 (26 de agosto)
En el gigantesco espectro de la cartelera y a un mes y seis días de haber sido estrenada oficialmente, me faltaba una "presentación" de Transformers que fui a ver con extrema curiosidad: versión digital... Bueno, costó lo mismo que la normal, así que mi expectativa no era demasiado grande. Sin embargo, nada más entrar a la sala, la primera sorpresa es que estaba prácticamente llena.
Después, la calidad de la imagen mató sin broncas a las seis anteriores. El detalle de la película era impresionante. No sólo en la textura de las animaciones, sino en los humanos... bueno, le pude contar las pequitas de la cara a la súper diosa Megan Fox. Agotadas desde semanas atrás las opciones de compañía porque ya me odiaban de tanto ver la película, cerré el ciclo yendo solo.

Después de leer las líneas anteriores, pensarán que lo mejor que pudo pasar es que la película ya está fuera de cartelera y este loco peligroso no tendrá oportunidad de hacer más de las suyas... lamento informarles que el 21 de septiembre, Dreamworks estrena en EU la versión IMAX de TRANSFORMERS con nuevas escenas, por lo cual, yo ya cuento los días para agregar la octava, novena, décima...

2.15.2007

Venganza en el País Vasco

Mis profesores y el Chavo del Ocho me enseñaron cuando era un infante que "la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena"; sin embargo, a todos nos llega un momento en la vida en el que, por más amantes de la paz que seamos, la sed de revancha es tan grande que nos dejamos llevar por ella.
 
Una gélida noche de noviembre, tomé un tren en la estación Sants de Barcelona con la intención de viajar toda la noche y amanecer en San Sebastián, a donde nunca había ido en mi vida. Mi bolsillo me da para comprar un boleto de segunda clase y el sufrimiento inicia cuando en el andén donde se supone que sale el convoy hay uno que en ningún vagón indica el puerto vasco como destino.

De cualquier forma, me subo pensando que, entonces, el tren iría más lejos y San Sebastián sería un destino intermedio. Eso ya me ponía los pelos de punta.

Busco mi asiento y me topo con que me toca ir en una de esas cabinitas con ocho asientos, cuatro de un lado y cuatro del otro. Dos señoras maduras están ya adentro y al ingresar imagino que el viaje apunta a ser tranquilo.

¡Qué equivocado estaba!

Dos horas después, con la media noche y varios cientos de kilómetros atrás, me agarro la cabeza desesperado luego de oir -mas no escuchar- una interminable plática de las señoras, que no se frenaron un solo segundo y, para colmo, hicieron su plática en catalán, o sea, no les entendí nada.

Finalmente, se les acaba el tema de conversación y tras juntar los asientos que tenían vacíos frente a ellas formaron una cama en la que se duermen.

"¡Vaya!" me dije. "Podré pasar en calma el resto de la noche"... Bueno, no acababa de pensar en la palabra noche cuando se abre la puerta del cubículo y un hedor a alcohol es la carta de presentación de un individuo que sube en Pamplona y que vocifera que va a San Sebastián.

Completamente ebrio, se acuesta junto a mi pobre y pequeña humanidad, se duerme a los cinco minutos y empieza a emitir unos ronquidos que seguramente embriagaron a cualquier mosquito que osó con volar cerca de nosotros.

A los tres minutos de que se duerme, las dos señoras se levantan indignadas y exigen al guardia del vagón que las cambie de cubículo. 

Deseo concedido y entonces el único jodido soy yo. 

No puedo contar ovejas porque cuando la sexta brinca la cerca, le llega el hedor de mi compañero de cubículo y muere, causando una huelga en el resto del rebaño. No puedo ponerme a leer porque la humanidad del sujetoa un lado no me deja pasar al interruptor. Me resigno y pienso que por lo menos puedo usarlo como guía para bajarme en la estación que nos correspondía.

Por si las cosas no están lo suficientemente mal, alrededor de las 3:30 horas el tren se descompone y se pasa más de 30 minutos parado. Tras las composturas, al maquinista le entra el espíritu de microbusero de la extinta Ruta 2 y trata de recuperar el tiempo pisándole a todo lo que da y parándose en las estaciones intermedias algo así como 20 segundos por cada una.


Mi temor de no bajarme del tren en el lugar indicado se volvió pánico cuando una de las señoras, alrededor de las 5:30 horas, pierde su bajada cuando apenas tomaba su maleta del guardabultos superior del cubículo.

Empiezo a temblar y mejor me alisto para saltar del tren cuando el borracho me indicara que habíamos llegado a San Sebastián.

Veinte minutos después, el tipo despierta tan ebrio como cuando se durmió, preguntándose dónde coños estaba. Ahí me doy cuenta de que mi guía no valía para dos cosas y sólo me queda encomendarme al cielo.

La pobre señora que había perdido su bajada, con lágrimas en los ojos, desciende en la siguiente estación y yo me apersono cerca de una puerta, para no perder por ningún motivo la mía.

Entonces todo sucede muy rápido.

Llegamos a la siguiente parada. En el letrero hay un nombre impronunciable y pensé que tal vez era un sinónimo de San Sebastián (ya me había tocado enterarme que Pamplona también se llama Iruña); entonces mi amigo el borracho camina dando tumbos por el pasillo y me pregunta si habíamos llegado a San Sebastián... Yo le contesto "No sé, creo que sí" y se baja rápidamente diciendo que ese era su destino. 

Dudo y doy el paso hacia afuera del tren. Ahí interviene la otra señora catalana, quien al ver mis trastabilleos me pregunta a dónde iba. Desde abajo del vagón le respondo que a San Sebastián. Ella me toma de la manga y me asegura que faltaba todavía mucho, conminándome a trepar de nuevo al tren.

Lo hago. Le sonrío a la señora y entonces vuelvo la vista hacia abajo. El borrachín roncador no daba dos pasos sin tropezarse y yo todavía alcanzo a escuchar que dice "¿dónde estoy?"... 

Colgado del estribo del vagón, habría sido muy fácil gritarle que no estábamos en San Sebastián, que se subiera de nuevo al vagón y que se volviera a dormir hasta que llegáramos a nuestro destino... Pude hacerlo, habría sido fácil, pero por alguna razón, no lo hago.

Es más, sigo colgado del estribo del carro hasta que lo pierdo de vista, y más tarde vuelvo al camerino a sabiendas de que, en efecto, el destino final del tren era San Sebastián, corroborado con un gendarme.

Cuando el convoy procedente de Barcelona-Sants arriba a su estación final alrededor de las 7:00 a. m., lo primero que hago es asomarme a un mapa; ahí encuentro el pueblo en el que el tipo que no me dejó dormir, que me irritó con su olor y sus ronquidos, se quedó. Estaba lejísimos... Me siento y durante cinco segundos me siento mal por el tipo, por haber sido un patán, porque pude decirle que se subiera de nuevo... al sexto segundo me levanto, me sonrío, y me voy... ¡Qué gacho!

Seis horas después, a pleno mediodía y tras descubrir que San Sebastián es tan grande como la Colonia Del Valle, doblo una calle en el centro y veo que de frente venía un tipo igual a mi amigo el borracho... me doy la media vuelta y en lugar de comprobar si era él, mejor corro y corro y corro hasta que no me quedan fuerzas en las piernas, ni ganas de hacer otra vez lo que hice esa mañana en el País Vasco...

1.09.2007

Necesito hablar contigo...

En la historia de la humanidad, nada bueno ha seguido a estas palabras.
Tres vocablos que son capaces de acabar con carreras, ilusiones, relaciones, vidas completas.



Cualquier otra frase para iniciar una conversación, cualquiera, ofrece por lo menos la posibilidad de tomar dos caminos. Esta no. "Necesito hablar contigo..." invariablemente lleva a algo malo.

Cuando mamá o papá se lo dice al niño, cambiando el "necesito" por "tengo", el niño advierte que lo han cachado en alguna travesura; cuando es un maestro el que se dirige al infante, puber o adolescente, se puede adivinar que se ha reprobado el último examen y que se viene la noche. Y así. El sujeto en cuestión aprende a lidiar un poco con esta infame combinación de palabras en un mundo en el que un castigo y un cinco en la boleta son la consecuencia recurrente a una plática que inicia con el "Necesito hablar contigo..."


En el graaaan "Mundo de los Adultos" las cosas se complican abismalmente.

Cuando tu primer jefe se acerca y te dice "Necesito hablar contigo..." lo que suele venir es tu primer despido. Cuando algún familiar te llama por teléfono al trabajo e inicia con esas palabras eso significa que alguien murió o en el mejor de los casos tuvo un accidente.

Pero si en algún lugar estas palabras encuentran su "hogar" es en la vida de pareja.
En este contexto, no hay mejor heraldo para el apocalipsis que decir "necesito hablar contigo..."

Los reclamos pequeños y hasta los medianos, no sé por qué, eligen siempre una introducción diferente para ser expuestos. Las cosas irremediables, eventualmente, tienen que llevar el "necesito hablar contigo" como prefijo.

A veces ya no es necesario escuchar las fatídicas "es que conocí a alguien...", "creo que lo nuestro no está funcionando" para sentir que Necesito hablar contigo...; con el "necesito hablar contigo" uno puede tener suficiente para sentir que se abren al mismo tiempo un agujero en el suelo y otro en el estómago y que ambos te tragan a la par... Y sólo toma tres palabras...

Ojalá y alguna ley universal avalada por la ONU, el Vaticano, la Meca y la comunidad Intergaláctica del Sector 3814 (al que pertenece la tierra según los comics de Green Lantern) prohibiera juntar esas tres palabras, que le han traido más ruina a la humanidad que cualquier guerra o desastre natural que se recuerde...