5.15.2019

El día que José Lazcarro salvó una vida

Se recomienda leer esta historia al son de Losing My Religion, de R.E.M.

Saltar de una vida de educación pública a la Universidad de las Américas Puebla ya en sí era una acrobacia de dificultad extrema, pero lo que me depararía la vida después de apenas un semestre desafió la exigencia del más atrevido de los acróbatas.

Las reglas académicas estaban claras y hasta firmé un papel aceptándolas cuando fui aceptado en la institución en el otoño de 1991, honrado con la Beca Excelencia Jenkins:

1. Cada semestre debía obtener un promedio acumulado de 90.
2. Cada semestre debía meter una carga de al menos 30 unidades (es decir, 5 materias en promedio), para no llevármela fácil con menos.


Al ser mi primer semestre, tuve que meter 3 materias en las cuales el promedio no importaba, pues según el programa, la calificación era AC para acreditado y NA para no acreditado... "Papita" si pensábamos en esas tres asignaturas, pues podía sacar 80 y no ver en peligro mi beca, aunque eso implicaba que tenía que sacar 90 entre solo dos materias... Ay nanita.

Uno de los cursos AC/NA era álgebra, la pesadilla de todo aquel que entraba a estudiar cualquier carrera de Humanidades, otra era dibujo básico, que se veía en el papel como un día de campo para cualquier aspirante a diseñador gráfico.

Oh, qué diferente fue en la realidad. Primer parcial: 70... Reprobado. ¡¿En dibujo básico?!
Lo que creí era un accidente tuvo réplica no solo en el segundo sino también en el tercer parcial: 70 y 70... Reprobado todo el semestre ¡en dibujo básico!


Extraña ironía, en álgebra iba con 100, misma calificación que tenía en otras 2 asignaturas, además de un 97 para completar mi horario.

Después del tercer parcial, mi corazón estaba a punto de reventar pues fue hasta entonces que empecé a vislumbrar la posibilidad real de que me echaran de la Universidad de las Américas por esa materia, en mi primer semestre. Ya entonces sabía que necesitaba un milagro para acreditar una asignatura que solo requería de un maldito 7.5 para olvidarse de él.

Lo extraño es que durante todo el curso traté de que el maestro José Chávez Huacuja me ayudara a encontrar cuál era la falla para corregirla. Varias veces me indicó que íbamos mejorando, pero a la hora de los exámenes departamentales, que calificaban todos los profesores de la carrera de Artes Plásticas, el 70 acababa siempre en mis dibujos.

Aun así conservé la esperanza hasta el último día. Sudé como pocas veces el día del examen final y debí esperar varios días a que publicaran las calificaciones en una vitrina a un lado de la jefatura de la carrera... Ese legendario muro de los lamentos...

Esa mañana del diciembre más frío de mi vida, la imagen del NA junto a mi número de estudiante se clavó como una daga en el centro de mi corazón.

Era oficial: estaba fuera de la Universidad de las Américas Puebla, reprobado en Dibujo Básico, en mi primer semestre... Después de ver una y otra vez la lista como creyendo que por repasarla mil veces las letras iban a cambiarse por AC, entré en una especie de trance y vagué sin rumbo por los pasillos de la Hacienda, pero tuve la fortuna de terminar en el aula de Patricia Ríos-Zertuche, en el segundo piso.

Después de ser la primera persona que se enteraba de mi desgracia, mi profesora de Introducción al Diseño dedicó más de una hora de su tiempo a reconfortarme en ese trágico instante y a tratar de hacerme entender que no era el fin del mundo, aunque creo que no tuvo mucho éxito... En efecto, era el fin de mi mundo. Cuando bajé las escaleras dispuesto a partir, la realidad me golpeó con toda su fuerza. Mi vida estaba arruinada, había perdido la Beca Excelencia Jenkins, tendría que dejar la Universidad de mis sueños... y lo peor es que no sabía por qué...

Al cruzar el segundo patio de la Hacienda, esa pregunta retumbaba en mi mente una y otra vez "¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?" Eran alrededor de las cuatro de la tarde y ya no había un alma en el lugar, pero en ese momento, apareció por el pasillo José Lazcarro Toquero, a quien conocimos en varias de las visitas que había hecho a nuestro salón de clases, presentado como el nuevo jefe del Departamento de Artes Plásticas a partir de ese semestre. Lo saludé, me saludó, pasamos de largo...

Me detuve en seco y pensé que justo era él quien podía responder la pregunta que retumbaba en mi mente y desgarraba mi alma... ¿por qué me voy de la Uni, qué tienen de malo mis dibujos?
 

Lo alcancé en su oficina con la firme convicción de que si iba a irme para siempre de la Universidad de las Américas Puebla, al menos me iría sabiendo por qué.

Le platiqué mi caso como si fuera el de cualquier estudiante y el profe, siempre con una maravillosa sonrisa en su rostro, le dio claridad a la situación: Yo era uno de muchos reprobados de mi grupo, el cual había salido muy por abajo del promedio de todos los que hicieron la materia durante el semestre. Había un patrón que el profe se explicaba de una manera muy sencilla; justo ese semestre, el maestro Chávez Huacuja había sido relevado de la jefatura del Departamento de Artes Plásticas y justo ese semestre se había introducido el sistema de evaluación departamental, en el que había un criterio uniforme de enseñanza para todos los grupos. Chávez Huacuja no había tomado muy a bien el cambio y no había respetado los parámetros del departamento. Impartió la clase a su modo y la consecuencia es que más de 10 alumnos estaban reprobados.

Entonces Pepe Lazcarro me dijo que no me preocupara, que iban a tener especial atención en los muchachos que repetirían el curso en el siguiente semestre para regularizarlos lo antes posible.
En ese momento mis ojos se nublaron y como que sentí que las piernas se me iban a doblar ante de decir "No habrá próximo semestre para mí, profe".

Ante la cara que puso el profe tuve que soltarme a platicarle mi historia a sabiendas de que era como narrar mi propia muerte por segunda vez en la misma tarde. Al terminar, ya destrozado por dentro y creo que también por fuera, tomé mis cosas para darle las gracias al maestro y partir finalmente, pero antes de dejar que me ahogara en mi agonía, Pepe Lazcarro me salvó la vida:

–"¿Por qué no pides una revisión de examen?"
–"¿Revisión de qué..?"
 –"Haz la solicitud en tu departamento académico, trae todos tus dibujos y se hace una junta con todos los profesores del departamento para reevaluar con el contexto que te acabo de explicar y si tu trabajo tiene cosas buenas, podría cambiar la calificación. El veredicto estaría en los primeros días del próximo año".

Días después mis dibujos estaban en la oficina de Pepe Lazcarro.
Aquella fue la peor Navidad de mi vida, inmerso en la incertidumbre, sin saber qué sería de mi vida al siguiente año... Más de una noche me dormí después de llorar largo y tendido.

El primer lunes laboral de enero yo era el primero que había entrado al cubículo de Mary González de Cosío, quien como jefa del departamento de mi carrera, era la encargada de darme a conocer el resultado de la revisión. No recuerdo si a mí se me hizo temprano o a ella tarde, lo cierto es que pasé más o menos 45 minutos sentado en una silla esperando, sin saber qué sentir, sin saber si podía seguir llamando a la UDLAP mi escuela o no.

Mary González llegó y tras pedirme que esperara un poco más, entró a su oficina y cerró la puerta.
No pude leer nada entre líneas, mi corazón latía a toda velocidad, mi vida estaba en la cuerda floja.

Y entonces entró Pepe Lazcarro, con esa gran sonrisa que siempre lo acompañaba. Alegre y dicharachero, me preguntó cómo había pasado el fin de año y tras mi escueta respuesta, comenzó a platicarme de los planes que tenían en la carrera para inicio de año y lo entusiasmado que estaba de recibir a los nuevos estudiantes. Mientras él se servía agua de un garrafón, mi alma se desangraba ante la incertidumbre.

Habría roto en llanto, aunque ya no me quedaban lágrimas, pero el maestro no me dio tiempo... "Ahhhh, y por cierto, tu problema ya se solucionó, nos vemos por aquí para el inicio de clases.", me dijo mientras le daba el primer sorbo a su taza.

Nunca todo ese primer semestre había salido sonriendo de la Uni, pero esa mañana me fui cantando de mi escuela, de la Universidad de mis sueños, de la que estuve a punto de irme con el corazón destrozado de no haberme empeñado en saber por qué.

Aquel semestre se encadenaron una serie de hechos singulares e irrepetibles que se ataron unos con otros para cargarse mi carrera profesional como ofrenda; lo cual afortunadamente no ocurrió porque aquel diciembre, justo a tiempo, José Lazcarro salvó una vida al conducirme por la ruta para cambiar algo que parecía no tener remedio. Aunque eso no fue todo, porque en enero la salvó de manera definitiva, pues él fue mi profesor de Dibujo 1, materia a la que llegué con 70 y en la que ahora debía sacar mínimo 90. Su guía, su paciencia y su comprensión me llevaron a que mi primer parcial fuera un 80... El 80 más valioso de mi vida... Un 80 que me llevé a un rincón de la Hacienda, adonde lo festejé con lágrimas... Al fin había aprobado un examen de dibujo y lo había hecho gracias a Pepe Lazcarro.

A partir de ahí ya dependía de mí y no iba a fallar... en el tercer parcial llegó el primer 100 y ese número no abandonaría ninguno de mis exámenes en Dibujo 2, 3 y 4... 

El resto es historia.