8.24.2013

Estrenemos escuela (el origen del Plantel U-2) Parte 2: De excursión al suburbio

Los rumores empezaron el segundo semestre de 1989...  

Decían, por ahí, que ya había un terreno que podía ser el objetivo para construir ahí el plantel de nuestra alma máter, decían que se competía con el U-1, entonces avecindado como escuela vespertina en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec para ganarlo. 



En realidad, a un chavo de 16 años eso poco le importaba, por lo que todas esas versiones de una mudanza se perdieron entre nebulosas en la memoria. Mi mente estaba más ocupada pensando en niñas, en cuajar en el tramado social de mi grupo, en sacar buenas calificaciones y en ver cómo me alcanzaba el dinero para pagar mis pasajes y no morir de hambre en el intento.  
Sólo recuerdo que en algún momento alguien mencionó la palabra “ejido”, prácticamente ajena a mi vocabulario, como la clave para la “operación mudanza”.  

Algunas semanas después, la curiosidad me llevó a buscar el significado de ese término: “Ejido: 1. m. Campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras”. Por supuesto, no entendí más que lo esencial… Eso significaba que nos iríamos a Casa de la Fregada y, por supuesto, me aterroricé. Créanme, yo sabía lo que era padecer la vida en los suburbios del Tercer Mundo…  

Llegado diciembre, poco se mencionó en los pasillos del segundo piso del “Mausoleo”, aunque ninguno de nosotros sabíamos que a un mundo de distancia, camiones y trabajadores formaban muros de color naranja a marchas forzadas.  

Con los deberes del semestre cumplidos, fui citado la mañana del 25 de enero de 1990 y junto con 2 jefes de grupo más, no recuerdo sus nombres, el profesor Joel de Historia de México y el coordinador del plantel, Jorge Ordóñez Padilla, fuimos a conocer el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla.  

Cuando el auto del profe tomó la carretera a Atlixco el alma se me fue del cuerpo… Literalmente, estábamos saliendo de la ciudad… Para el momento en que ingresó a San José Vistahermosa, cuya existencia ignoraba, ya pensaba en la manera de hacerme crecer alas, pues no veía otra forma de llegar hasta allá. Pero el cenit de la desolación llegó cuando, luego de un tramo de accidentada terracería, arribamos a nuestra flamante escuela. Solita en una loma, sin nada, absolutamente nada alrededor, ahí se veían las 3 edificaciones con las que inició el U-2.  

El edificio de 2 pisos que está justo al entrar, el de laboratorios, oficinas y baños de en medio, y uno con 4 salones en el fondo. Unas cuantas jardineras, la plancha de cemento en el centro y nada más. Desde ahí se veía todo, pero no había nada, pasto amarillo, milpas a lo lejos, ni un árbol, ni un arbusto…  

Ahí cerquita estaba el salón social de los ejidatarios, que vivían en un pueblito ahí cerca, de nombre San Bernardino Tlaxcalancingo, ubicación geográfica exacta de nuestra alma mater.  

A pesar del panorama desolador, el coordinador Ordóñez estaba extasiado y, pasado el tiempo, entiendo que la ocasión lo merecía. Me tocó ser uno de los primeros 3 alumnos en conocer oficialmente el fruto del trabajo de ese hombre, que nunca claudicó en su ideal de darle al U-2 un edificio que pudiera llamar “mío”.  

Durante algunos minutos de esa fría mañana de jueves recorrí cada rincón del entonces diminuto plantel. Todo olía a nuevo, como si el cemento y la pintura amarilla estuvieran frescos aún y lejos de apreciar lo que significaba estar ahí en ese instante, me atormentaba más la idea de cómo cambiaría toda mi vida para desplazarme hasta ese rincón en las afueras de la ciudad…
 

Próxima entrega: El primer día en la vida del Plantel U-2

8.19.2013

Estrenemos escuela (el origen del plantel U-2) Parte 1: Los años en el ‘Mausoleo’



Desde su creación en 1982, el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla tenía el anhelo de contar con un plantel propio, pues en sus albores, la escuela operó en la planta alta del antiguo edificio de la Normal del Estado, ubicado en la 11 sur, entre las avenidas 11 y 13 poniente.


"El Mausoleo", como lo rebauticé tras los primeros meses de tomar clases en sus viejos salones y sus antediluvianos pupitres, fue donde el U-2 fungió en calidad de "huésped" en sus primeros 8 años de existencia.

 

Casi toda el ala este del segundo piso y una parte del sector suroeste eran "nuestros dominios", a los cuales llegábamos subiendo unas inmensas y oscuras escaleras, tan oscuras como los salones en los meses de invierno, cuando tomábamos clases a las 7:00 y solíamos llegar antes de que el sol se asomara.
 

Pero el colegio era como un "arrimado" en la Normal, donde tenía que convivir con una escuela primaria que ocupaba la planta baja y a cuyos patios los alumnos de Bachilleres no podían pasar hasta que no hubiera un solo niño de la escuela elemental, a eso de las 13:30 horas, cuando al fin podíamos bajar a cascarear. Con el riesgo de equivocarme, pero creo que hasta un jardín de niños había entrando a la izquierda en el patio del gran árbol.



Además, durante los veranos, el U-2 tenía que "mudarse" pues la Normal hacía uso de los salones para la impartición de cursos para el magisterio y pues como las instalaciones no eran propiedad de Bachilleres, pues a buscarse dónde operar. La Secundaria Venustiano Carranza, esa que está en la esquina que forman la avenida 25 poniente y la calle 17 sur era la sede veraniega del U-2. Ahí presenté mi examen de admisión y acudí a un curso de inducción, semanas antes de poder pisar el "Mausoleo" por primera vez.



Desde el primer semestre, además de las cuotas normales, había una especial, que se llamaba algo así como "pro construcción del plantel propio", algo que sonaba a sueño guajiro para una escuela pública que llevaba, para ese entonces, 6 años operando como Dios le daba a entender en el edificio de la Normal.



Durante 3 semestres aprendí a viajar al Paseo Bravo para tomar clases, a nadar entre un mar de pequeños mozalbetes cuando me tocaba salir al mismo tiempo que la primaria, a tratar de usar unos laboratorios que parecían haber sido escenario de la tesis del Doctor Frankenstein y a aprovechar los raros momentos en que el sol se colaba al segundo piso del "Mausoleo" para no morir de frío.

 

Pero por increíble que nos pareció en las postrimerías de 1989, la maldición no era para siempre...

 

En la siguiente entrega: De Excursión al Suburbio

8.07.2013

Hoy quiero escribir sobre ti…


No te conozco y sin embargo, sé muchas cosas de ti
 

No sé tu segundo apellido, pero sé pronunciar tu nombre al derecho y al revés, deletrearlo, decirlo al revés y encontrar al menos 9 palabras que riman con él...
 
Nunca me has dicho más de 8 palabras seguidas y no obstante te he escuchado hablar hasta por los codos...

Jamás te he visto un fin de semana, pero puedo recitar al menos 7 de las cosas que sueles hacer los sábados y domingos.
 
Nunca te he contado un chiste, pero sé cuánto dura tu carcajada hasta antes de que empieces a ahogarte.
 

No somos amigos, pero a veces creo que yo también detesto a tus enemigos.
 
Nunca hemos salido, pero sé que nos pelearíamos por pagar la cuenta si lo hiciéramos y, al final, nos echaríamos un volado para no herir egos.

Detesto todos los estereotipos en los que caes por tu forma de ser, todos sin excepción y, no obstante, me gustaría platicar contigo al menos 2 horas sin temor a experimentar en carne propia la ejecución de esos odiosos estererotipos.
 
Jamás he sido aficionado de los helados de sabores mezclados, pero te vi tantas veces relamer el vasito que en alguna ocasión me compré uno para conocer el sabor y, en efecto, sigo sin ser aficionado.

Aborrezco esas canciones ñoñas de James Blunt que tanto te gustan y, sin embargo, cada vez que veo Back to Bedlam en una tienda te imagino tarareando sus tonadas.
 

Me fascina la sensación que circula por mis ojos cuando te veo llegar a lo lejos aunque tú ni te des cuenta.

Me encanta cómo usas tu sonrisa para conseguir en 4 segundos lo que otras chicas necesitan 17 minutos de argumentos para aspirar a lograr (casi siempre sin tu éxito).


Después de todo esto, que además sé que no leerás, solo puedo morderme los labios y pensar que no hay peor castigo sobre la faz de este planeta que querer a alguien desde el silencio del anonimato... Y sin embargo, lo hago.