2.23.2008

La decisión de tu vida...



Cuando eres joven y tienes el mundo a tus pies, es muy chido planear lo que vas a hacer con tu vida. Casi todos tenemos un plan maestro en el que proyectamos los tiempos que deberemos cumplir para alcanzar la felicidad en el corto, mediano y largo plazo.

Sin embargo, la vida es muy caprichosa, y a ella le importan un bledo los planes. Ni el más elaborado escapa de que en un momento, un solo momento que puede ser de segundos, tomemos una decisión, aparentemente intrascendente, que cambiará el rumbo de nuestra vida para bien... o para mal.

Las fechas exactas ya ni las recuerdo, sin embargo, en mi memoria está grabado el brillo de su sonrisa cuando la vi por primera vez caminando por los pasillos donde había yo transitado ya miles de veces, en la "jaula de oro" donde he trabajado la tercera parte de mi vida.

Practicante irredento de la timidez y torpe por naturaleza para cualquier tipo de relación, esa sonrisa fue motivo suficiente para olvidar por momentos esas características que me convirtieron con el tiempo en el hermitaño más singular de la Ciudad de México. Tenía que conocerla y tendría que valerme por mí mismo, porque, para variar, no había intermediario que me echara la mano.

La manera en la que me presenté seguramente rayó en lo estúpido, porque fue en una escalera, fue rápido, y creo que no pude decir más de tres palabras seguidas sin que se me hiciera nudo la lengua.

No obstante, obtuve una dirección de correo electrónico y eso ya era un triunfo. Ella, proveniente de Monterrey, había llegado meses atrás a conquistar la gran ciudad. Era responsable gráfica de una sección y se le notaba que le iba como siempre había querido.

Hecho el primer contacto, creí que las cosas tenían que darse de manera natural.

Por supuesto, al sentirme dentro del juego, entré en conciencia de mi competencia: un tipo de un departamento lejano al mío, a quien identifiqué únicamente como "Chango Piojoso" y a quien, automáticamente, odié... Aunque mejor me dediqué a tratar de hacer lo mío.

Unos cuantos mails, un par de saludos a lo lejos acompañados de las burlas de los compañeros: "Ya era hora, cabrón"... Y de pronto sentí que las cosas caminaban.

El siguiente paso era un salto... tenía que invitarla a salir. A falta de valor para hacerlo en persona, pero con la idea de que el email era un medio demasiado informal, decidí optar por el "justo medio": le escribí una cartita de unas 15 líneas y tras planear minuciosamente mi estrategia, se la dí al sexto día en un sitio por demás "romántico": el estacionamiento subterráneo.

En ese momento sentí que el salto estaba dado y que no había vuelta atrás en la que juzgué podría ser la historia de amor más grande del mundo... Bueno, eso creí, hasta el día siguiente...

En un email de alrededor de 12 mil caracteres, la candidata a dueña de mis quincenas me describió de manera extremadamente detallada lo maravillosa que era una relación que tenía un par de meses de haber iniciado con un compañero del trabajo, me contó cómo lo conoció, cómo le fue dando entrada poco a poco, cómo fue su primera cita, cómo la llevó a conocer a sus padres y ella hizo lo mismo, cómo la conquistó, cómo se enamoró y cómo estaba segura de que había encontrado al amor de su vida... Remató dándome las gracias por la carta, rechazando mi invitación y pidiéndome de la manera más atenta no hacer ningún nuevo intento por acercarme a ella...

Cuando terminé de recoger el último pedazo de mi destrozado corazón creo que ya habían pasado tres meses de que ese mail llegó a mi buzón.

Por lo súbito y contundente de su respuesta, no hubo tiempo para la agonía: el golpe fue seco y a la nuca... La resignación fue, igualmente, rápida... Nunca me habían cortado las alas con esa severidad...

Semanas después, por obvias razones, me enteré que estaba embarazada y, debo decirlo, se veía feliz, plena. Creí que estaba de sobra felicitarla, y no lo hice. Ella se fue de incapacidad, los meses siguieron su curso y creo que para entonces su imagen había salido de mi mente tan rápido como había entrado (o al menos así quería verlo).

No podía sino sentirme bien por ella, porque había hecho realidad sus sueños y ahora tenía una evidencia viviente de que su historia había tenido un final feliz... O eso creí...

La primera señal extraña fue que regresó a trabajar tras el tiempo que marca la ley. Desafortunadamente para ella, alguien más había ocupado su puesto y no se lo dieron de vuelta. Le habilitaron una posición que era más una forma de justificar su presencia cuando, me imagino, sus jefes al igual que yo, habían pensado que tras partir a dar a luz, formaría su familia y optaría por no volver a las desveladas y a los cierres llenos de estrés.


En ese puesto que le inventaron, le fue asignada la labor de crear un "manual" de procedimientos de trabajo conjunto entre el área editorial y diseño y, casualmente, la sección en la que yo estaba fue la llamada a ser "pionera" para su elaboración, de tal suerte que, alrededor de un mes después de su regreso, la chica del mail devastador estuvo sentada en una mesa frente a mí.

La segunda señal extraña creo que fue más perturbadora que extraña. Se le veía demacrada, sus ojos no brillaban y ni por asomo se sentía que su rostro hubiera dibujado una sonrisa en los días anteriores. Yo fui político e inmediatamente inicié la junta con los tópicos que mi jefe me había pedido discutir con ella para darle forma a su "manual". Tan pronto como los agoté le cedí la palabra sin hacer ninguna pregunta de índole personal.

Entonces, en lugar de hablar del "manual", ella me pasó una veintena de fotos de papel, diciéndome que había ido una semana con su hija a ver a su familia en Veracruz... Pensé "¿Qué rayos es esto? ¿algún tipo de burla?"... pero antes de que pudiera plantearme una tercera pregunta ella empezó a describirme cada detalle de cada foto, el nombre de las tías y amigas que salían en ellas, el origen de la ropa que vestía la bebita y la hora de la mañana o de la tarde en la que cada toma fue hecha...

Aguanté estoicamente todo hasta que un inescondible detalle saltó a mi entendimiento... En todas las fotos salían ella, su pequeña y más de siete personas repartidas entre una y otra... pero ¿y el papá..?

De pronto, se terminaron las fotos, y en lugar de sacar la carpeta de trabajo que llevaba, tomó sus fotos y me dijo que luego platicábamos del "manual", se levantó y se fue.

Nos reunimos una vez más, en la que hablamos quince minutos sin vernos a los ojos y no volvimos a platicar más. El "manual", por supuesto, jamás se realizó. Ella dejó su puesto inventado, fue asignada a una sección diaria y, pocas semanas después, abandonó la "Jaula de Oro" en la que nos conocimos, para no volver.

Tardaría cerca de tres años en enterarme que la chica regiomontana había dado a luz sin casarse, había sido llevada a vivir a la casa de los papás del "Chango Piojoso" con la promesa de que sería temporal y habría boda y casa para la familia, que había sido mandada al carajo cuando al "Chango Piojoso" se le acabó el amor, había tenido que quedarse a vivir en la casa de su ex suegra porque no tenía dinero para irse a vivir sola con su hija ni conocidos para dejarla cuando fuera a trabajar y, finalmente, cuando dejó la "Jaula de Oro" en la que nos conocimos, tuvo que volver a Monterrey a casa de sus padres, como madre soltera y sin trabajo...

Cuando toda esa información llegó a mis oídos yo estaba, afortunadamente, sentado, porque el shock fue tremendo... No sé por qué, pero una vez que digerí la cascada de tragedias que experimentó esa chica, me fue inevitable irme hacia atrás en el tiempo y recordar ese email de cerca de 12 mil caracteres y cómo todas las ilusiones que en él estaban plasmadas habían terminado de una manera catastrófica...

Y esa noche, durante los tres minutos que tardé en dormirme después de acostarme, y sólo durante esos tres minutos, pensé en cómo mi vida, que seguía siendo la mismita de años atrás, se había cruzado por un segundo con la de ella, y cómo hubo una fracción de ese segundo en el que ella tomó una decisión, que "cambió" para siempre nuestras existencias. Me atreví a especular qué habría pasado si ella hubiera aceptado mi invitación a salir...

... Y me dormí con un sabor agridulce en la boca...