12.03.2006

Movie Partner

Ir al cine es una de las actividades más comúnes y hasta cierto punto corrientes de nuestra sedentaria sociedad moderna. Como parte de las "costumbres" que forman parte de nuestras vidas, el ir al cine es algo que vemos con una naturalidad que nos prohibe encontrarle algún encanto a un ejercicio que podría resumirse en hacer una fila para los boletos, una fila para las palomitas, una fila para entrar a la sala, ver 30 minutos de comerciales y tráilers de las peores películas que vienen en camino y ver un filme de dos horas de duración.

Sin embargo, ese ejercicio "rutinario" guarda ciertos simbolismos que deberían ser claros.

Partiendo de la premisa de que nadie va al cine solo (excepto contadas y ermitañas excepciones) puedo afirmar que a lo largo de la vida buscamos —sin buscar—, y a veces encontramos —sin saberlo— a nuestra pareja perfecta para ir al cine: nuestro Movie Partner.

Definir a un Movie Partner es una tarea difícil, por el sencillo hecho de que cada persona puede tener un Movie Partner ideal de acuerdo a como vive la experiencia de ir al cine.

Mi primer Movie Partner fue mi hermana. No por elección, sino por estricta cuestión de convivencia familiar. Fuimos muchas veces al cine y lo que menos recuerdo es cómo veíamos las películas. Lo que sí tengo fresco en la memoria es lo mucho que esperábamos el hoy extinto "intermedio" para levantarnos y correr como locos por los pasillos de las también hoy extintas macro salas de los 80.

Saltado ese episodio de la niñez y de la pubertad, hasta la fecha me he visto acompañado de todo tipo de personas, las cuales ayudan a definir perfectamente lo que NO es un Movie Partner para mí:

1. El inadaptado social
El cine es el lugar perfecto para entender que la sociedad occidental se está yendo al carajo e ir a ver una película con un emisario del apocalipsis es completamente desmoralizante. Creo que todos los que nos jactamos de respetar las reglas elementales de convivencia en una sala de cine hemos vivido el espeluznante experimento de acudir acompañado del típico (o típica) especimen que habla o toda la película o en los momentos menos apropiados; aquel que, valiéndole sorbete el mundo, contesta el celular a media película, el que inventa ruidos hasta ese instante desconocidos cuando masca palomas o sorbe el refresco, etc. Es decir, hablamos de todas esas manifestaciones que eventualmente nos llevan a pensar, aunque sea una vez "trágame tierra".

2. Ya sé qué va a pasar
Es completamente detestable ir al cine con un vidente. Casi todos sabemos que en el mundo de la narrativa cinematográfica hay poco qué inventar, pero es nefasto ir a una sala con alguien que usa eso para lucirse: "Lo va a matar, vas a ver que ahorita lo mata"... "Ahora va a romper la ventana y la va a sacar de ahí segundos antes de que se ahogue...". El "adivino" tiene una extraña cualidad: si le atina a su predicción te arruina la película; si no le atina, de cualquier forma ya te la arruinó.

3. El criticón en voz alta
Cuando se trata de ir al cine con alguien muchas veces hay que negociar. No siempre la cartelera ofrece algo que sea del agrado de ambos. Cuando le toca a uno ceder, apechuga y trata de disfrutar la película. No me gustan las películas de terror y no obstante he ido a ver una que otra y no hago comentario alguno hasta que estoy nuevamente en la calle. Pero no, hay quienes pasan toda la función criticando las cosas que no les agradan: "¡Ashhhh, qué pésima historia!", "¡Ufff, qué efectos taaaan chafas!", "Puffff, ese mono ni actuar sabe", etc., etc., etc.


Cuando uno está viendo una película que ansiaba y te toca una persona así... bueno, es terrible.

4. El inconforme silencioso
Una variante de la clasificación anterior, suele ser peor que aquella. No dice nada, pero por cada poro de su cuerpecito exuda todo lo que piensa de la película. Es terrible, porque el ambiente se vicia. Sin necesidad de voltear siquiera te llega el mensaje de que le está zurrando lo que está viendo. Y lo peor llega al final, cuando se levanta con un rostro sepulcral y no hace otra cosa que dirigirse a la salida. Ni un suspiro, ni un comentario. Nada. Es peor que ir al funeral de tu suegra.

5. El que se va a graduar al cine
Estos personajes son particularmente repulsivos.

Su sabiduría en todo lo concerniente a cine como arte es tanta que no se la pueden guardar para ellos. Solo tiene sentido si lo hacen público: se saben a todos los directores habidos y por haber, sus estilos de narrativa visual, los movimientos y tipos de cámara, los encuadres que hacen de una escena una buena escena y no una mala escena; saben si una película es buena por el nombre del director o por el diseñador de producción. Eso no es malo si así es como disfrutan el cine, pero que se la pasen hablando del tema antes, durante y después de la película, realmente los hace... irritantes.

Lo más bello de este tipo de especímenes, es su espíritu evangelizador. No pueden aceptar que haya millones de ignorantes que entremos y salgamos del cine sin captar su sabiduría. A toda costa querrán dejar su semilla salvadora en nuestra distraida y poco observadora mente.



 
Dicho lo anterior y contrastando con todo concepto de definición, puedo decir que para mí un perfecto Movie Partner es una persona con la que uno puede sentirse cómodo cuando va al cine, que vive la película de una manera que no arruina la del otro y, si se puede, ayuda a que la experiencia propia sea aún mejor (no incluyo en este escrito ninguna referencia a las visitas al cine con fines ajenos a ver la película: entiéndase ligue, siesta, etc.).

La mitad de disfrutar una película cuando se va en pareja es saber que tu acompañante la está disfrutando también. Es particularmente agradable cuando una escena o una situación de la película que no es por definición graciosa, te hace reír y la risa de tu acompañante es la única que se escucha en la sala además de la tuya.

Es superchido también cuando después de un silencio prolongado ambos se acercan para comentar la misma escena aun cuando a la mejor tiene seis minutos de que pasó.

A lo largo de un poco más de una década de ser parte de la sociedad consumidora de cine comercial, he compartido la experiencia de ir al cine con muchas personas y, contrario a lo que pudiera concluirse de las definiciones anteriores, creo que he sido afortunado, pues por una u otra causa, me ha tocado tener Movie Partners geniales.


 
En mi último semestre de educación universitaria, la primera función después de la comida los miércoles fue durante un lapso de unos dos meses el punto de reunión con una de las mejores Movie Partners que he tenido y que hoy seguramente tiene que sufrir yendo a ver películas dobladas al "cadtellano" en los cines de Vigo.

Por la misma época, casualmente, una compañera del diario donde me inicié en la tierra del mole y las tortitas de Santa Clara, le arrancó dos horas a sus jueves durante varios meses para que le diéramos la vuelta a la cartelera y dedicáramos horas y horas a filosofar sobre las películas que vimos, aunque fueran comedias superficiales o thrillers "marca patito".

Igualmente, los cines de Manacar y el WTC vieron pasar en el verano de 2004 una de las etapas más divertidas al lado de una Movie Partner que me "obligó" a ver cualquier cantidad de géneros de películas y a la que yo obligué a reirse hasta el hartazgo con disertaciones sobre grandes obras como "Chicas Pesadas".

Prácticamente todas las salas de Zapopan me vieron circular con quien ha sido algo más que una Movie Partner para mí. Durante una cantidad impensable de meses entre 2006 y 2012 disfrutamos juntos cualquier cantidad de películas y solo recuerdo haber recibido una mentada de madre suya cuando tuve la estúpida idea de llevarla a ver "Los Viajes de Gulliver"... De hecho, horas después me menté la madre a mí mismo.


Mención aparte vaya para quien me dio la vida, tal vez el mejor ejemplo a seguir para quien aspire a ser un excelente Movie Partner.

11.16.2006

Tirarse al Piso

Existen expresiones figuradas que usamos durante todas nuestras vidas que llegan y se van de nuestro vocabulario sin que les regalemos un segundo para darles una justa dimensión.

"Tirarse al piso" es un "ejercicio" que, por lo que he visto, ha sido práctica en mi familia por lo menos en las últimas tres generaciones y, según los entendidos, a mí me ha tocado el honor de darle a ese "ejercicio" un estilo tragicómico cuyo origen está perdido entre los pliegues más oscuros de mi encéfalo.


Lo que sí puedo decir, es que tengo bien clarito el día en que la vida me permitió darle a la expresión "tirarse al piso" la justa dimensión a la que me refería al principio.
 

El autobús de la línea CREE-Madero, repleto de estudiantes del plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla llegaba felizmente a la Nissan Huerta y dejaba bajar al 98 por ciento de sus pasajeros, que en una gélida mañana, además de soportar el viaje en plan sardina, todavía debían caminar cerca de 20 minutos para llegar a la clase de 7:00 a. m. en su recién construido plantel, en las afueras de la H. ciudad de Puebla, hace ya muchos ayeres.

En ese viaje, cada día, las caras eran las mismas. Prácticamente nadie conocía a más de cinco de los chicos con los que compartía el autobús, pero viajaba todas las mañanas con los 60 o 70 que se trepaban al camión. Entre todos esos mozalbetes y mozalbetas, había un chico que usaba un suéter gris que le quedaba un poco grande, que cargaba un walkman y que arrastraba los pies, un poco por costumbre, un poco porque en esos días pocas ganas tenía de llegar a ningún lado.
Si no fuera por el alboroto de los adolescentes atravesando lo que entonces era una carretera para iniciar la ruta arriba referida, si a alguno de ellos se le hubiera ocurrido detenerse a escuchar un par de segundos, además de oír que el chico del suéter grande escuchaba Crimson and Clover en su walkman, se habría percatado del sonido que producía su corazón a cada arrastrado paso que daba: estaba hecho pedacitos a causa de una chica con una sonrisa de oro.
 

Pero a esa edad lo que menos le importa a los grupos son las desgracias individuales y, por supuesto, como tantos otros días, cada quien se encaminó a la escuela como mejor le acomodaba, sin prestar atención: el grupo de los rudos dándose golpes, el grupo de las chicas fashion barriendo a quienes no traían un suéter gris más lindo que el de ellas, el grupo de los bromistas riéndose sin parar y, en medio, el chico del walkman.

Al doblar la primera, y única, esquina del camino, la canción rondó sus notas más conmovedoras y nuestro amigo del suéter grande, según cuentan las crónicas de la época, no se percató de un pedazo de banqueta levantado por la raíz de un árbol y, merced de su poco ánimo para levantar los pies, encontró de golpe a su destino.
 
Lo primero que cayó al suelo fue su mochila negra con morado; a él le tomó un poco más de tiempo llegar. Antes, y de la manera más misteriosa, dio dos vueltas en el aire, y su aterrizaje fue digno de un 6 o un 7 de calificación. Terminó con la espalda en el asfalto y las piernas sobre la banqueta... Ni practicando habría logrado semejante final.
 

En ese instante, su autoestima adolescente prendió la alerta roja y le exigió reponerse lo antes posible.
En el aire se podían escuchar ya las carcajadas de más de 30 estudiantes que fueron testigos del patético espectáculo.


Por supuesto, cada señal de burla tenía su sello característico de origen: los bromistas hicieron uso de su más florido lenguaje -"¡Pendejo, fíjate!"-, las chicas fashion debieron reirse sin mostrar los dientes para no perder el estilo y el grueso de los espectadores simplemente se rieron.
 

Cuando el resorte que debía impulsar a nuestro amigo a levantarse cuanto antes falló, se dio cuenta de que no tenía caso tratar de salvar lo insalvable, y en lugar de hacer peor las cosas con una maniobra que no prometía nada, decidió subirle el volumen a su walkman y estirar los brazos sobre el asfalto para terminar de escuchar la canción, para pensar en la persona que había causado todo el episodio y, tal vez, esperanzarse en que en esos momentos pasaría el camión de la basura y terminaría con su miseria.


Sin embargo, lo que ocurrió fue sorprendente. Uno o hasta dos miembros de cada uno de los grupitos sociales de Bachilleres se desprendieron de su respectivo clan para acudir en auxilio del caído.

Tras mirarlo estupefactos durante cinco segundos, con sus ojos cerrados, la cara a un cielo en el que todavía no se asomaba el sol y una inexplicable sonrisa en su rostro, le preguntaron si estaba bien y mientras las chicas fashion recogían su mochila negra, los rudos le ayudaban a levantarse.

Las burlas de la gente que seguía pasando fueron una especie de música de fondo para un episodio que se perdió invariablemente en el anonimato de una escuela anónima, en una ciudad anónima de un país anónimo de un planeta anónimo, pero que le sirvió a nuestro amigo del enorme suéter gris para aprender que, a veces, es necesario tocar el piso para poder aspirar al cielo y que, aun en un mundo de grupitos y de poses, nunca va a faltar una mano que te ofrezca levantarte, literalmente, del pavimento.


POST DATA:
Por si no la habías escuchado, esta era la rola que el chico del suéter gris iba escuchando en su walkman al momento de darle vida a esta anécdota:
Crimson and Clover
Tommy James and The Shondells (1968)

 



11.12.2006

Pase usted al hostal...

Después de pasar 20 minutos pensando cómo iba a presentar este blog y qué historia usaría para darle una razón de ser, me di cuenta de que ni a mí me interesa ponerle excesivos prolegómenos a algo que no tiene por qué tenerlos y no creo que a ninguno de los posibles lectores del presente les resulte interesante leer por qué he decidido ponerme a escribir.

Prefiero dedicar estas primeras líneas a darle la bienvenida a todo aquel osado que se arriesgue a entrar a este "Hostal"...
El nombre creo que definitivamente cumple para ilustrar las expectativas del blog... No soy ningún literato ni pretendo serlo, al igual que un hostal no es un hotel 5 estrellas ni pretende serlo. Sin embargo, así como el hostal ofrece un sitio en el cual pasar de manera medianamente decente una noche, yo espero que las líneas aquí incluidas le hagan pasar al lector ocasional unos minutos medianamente agradables.

En este hostal no vas a encontrar pisos alfombrados, pero seguro que siempre estarán limpios. No habrá botones que te lleven las maletas, pero seguro que habrá alguien en la recepción que te ofrezca una sonrisa.

Aunque creo que es prudente advertir que, como en casi todos los hostales, los inquilinos, pasajeros efímeros en su mayoría, serán historias poco convencionales, por no decir que patéticas y/o bizarras.

De tal suerte, con las advertencias hechas, sólo puedo decir que la puerta está abierta para quien guste entrarle al hostal.