6.29.2016

La Nueva Contabilidad



Se recomienda leer el siguiente relato al ritmo de Dangerous, interpretado por Roxette.

A mediados de marzo tuvimos la genial ocurrencia de ir a la coordinación del U-2 a quejarnos de la clase de Contabilidad.

Nuestros convincentes argumentos adolescentes para denunciar una clase “deficiente” eran que el maestro Juan Carlos Bedoya no nos daba nada de “teoría”, que pasaba gran parte de la clase hablando de su vida y, a nuestros ojos, presumiéndonos sus bienes, tanto los que poseía en activo circulante como los que tenía en activo fijo, incluso denunciamos que era práctica recurrente que a media clase dejaba entrar a tres chicas de sexto semestre con las que chacoteaba otro tanto de la clase mientras nosotros ansiabamos aprender los secretos más ocultos del arte de la contabilidad.

Supongo que nuestra queja no trascendió porque no recuerdo que nada revolucionario pasara con la clase después de nuestra visita a la oficina del profe Ordóñez. Lo que sí recuerdo es que, extrañamente, acabamos "adecuándonos" al método de Bedoya, y llevándonos la clase en paz hasta que terminó el semestre, incluso, muchas veces salimos muertos de la risa y una hora más tempra de lo que lo hacían nuestros compañeros que habían optado por la capacitación de laboratorista químico.

Sin embargo, yo estaba lejos de saber entonces que el karma suele servirse eventualmente y en el caso de nuestra clase de Contabilidad, se esperó a que entráramos a quinto semestre, apenas unos meses después, para hacerlo con la cuchara grande.

De golpe y porrazo, pasamos de la chorcha sin fin con Bedoya a conocer a un individuo que se presentó únicamente como el Contador Público Vargas, quien desde el día que ingresó por vez primera a nuestro salón de clases nos dejó clarísimo que la Contabilidad no volvería a ser la misma: Sin pedirlo, conocimos el lado más árido y abominable de la disciplina.


El Contador Público Vargas se encargó en menos de dos semanas de hacer que extrañáramos la clase del semestre anterior. Su método, aburridísimo primero, poco comprensible después, indescifrable más tarde, nos hizo dudar de que éramos los mismitos que tomamos la cátedra anterior y a quienes sacamos una calificación decente en cuarto, nos hizo dudar siquiera de que fuéramos capaces de llenar una “hoja de diario”.

Más de uno se fue para atrás cuando nuestro nuevo profesor le dijo a Aleida Peláez, la más truchota en la historia de la Contabilidad, la consentida de Bedoya, a la que nos ponían de ejemplo 60 veces por sesión, que “estaba atrasada”.

Al ser la última clase del día, la mayoría llegaba bostezando a “Conta” desde cuarto, pero a diferencia de lo que ocurría con Bedoya, el nuevo maestro era como un somnífero de camisa blanca percudida. Pronto nuestra única diversión en esas largas y áridas sesiones era ver al compañerito de junto quedarse dormido y que el profesor ni cuenta se diera.

Y es que Vargas empezaba a escribir en el pizarrón y entraba en una especie de “trance contable”. No permitía preguntas hasta que acabara su encuentro con la pared. Por supuesto, cuando acababa, ya a todo mundo se le había olvidado lo que quería preguntar.


Más de una vez, cuando iba a la mitad de la incomprensible rellenadera de números, varios volteábamos a ver a Aleida Peláez, como buscando en su rostro una luz de esperanza que nos dijera que lo que estaba escribiendo Vargas en el pizarrón al menos era comprensible para ella.

Pero menudo shock resultó que cuantas veces miramos hacia su lugar, ella volteaba y nos hacía la seña de “no entiendo ni madres”. Si Aleida Peláez no entendía, el resto del mundo estaba condenado a la extinción.

El cambio de cuarto a quinto semestre fue tan explosivo y acelerado que no estoy seguro si Bedoya volvió a dar su clase a los que entraron a cuarto al siguiente semestre, no tengo registro alguno en mi memoria de haber platicado con él después de que fue mi profe de cuarto. De lo que sí estoy seguro es de que cada vez que veía pasar una Caribe roja como la que él conducía y en la que solía partir del plantel acompañado de las niñas de sexto, hasta me asomaba a ver si era él quien conducía, como si eso fuera a servir de consuelo a la miserable realidad de “nuestra” nueva Contabilidad...