14 de diciembre de 2015...
Quise esperar un poco para que las emociones fluyeran y no reflexionar cuando es imposible hacerlo.
Después
de unas horas, sigo creyendo que, definitivamente, no hay gloria para los
vencidos.
Perder
una Final es peor que quedar fuera de la Liguilla, que ser eliminado en Cuartos
de Final y que quedarse en la orilla en Semifinales. Solo un perdedor encuentra
consuelo en un subcampeonato. Sin embargo, este domingo en Ciudad Universitaria
vivimos algo singular, irrepetible y mágico al quedar condenados a ese indeseable
segundo lugar.
Nadie
que no haya estado ahí desde el inicio del torneo en julio y hasta el último
penal en diciembre entenderá las emociones que por nuestros corazones
circularon este torneo, en el que nos vimos tocando el cielo con una impresionante
racha de triunfos seguidos, otra de no recibir goles en casa, con un inédito
liderato, y rozando el infierno al pedir que el árbitro silbara el final de los
partidos de Liguilla contra Veracruz en los Cuartos de Final y el odiado
América en Semifinales.
La
noche del domingo nadie iba desbordando optimismo, pero ni un alma entró
derrotada a la tribuna del Estadio Olímpico Universitario pese a la losa que
parecía significar el 3-0 con el que nuestro equipo salió del Estadio
Universitario de Monterrey tres días antes. Todos lo anhelábamos, pero nadie se
atrevió a decirlo en voz alta por la estatura de la gesta que necesitábamos que
ocurriera en el campo.
Hicimos
nuestra parte con estar ahí, apoyando a un equipo desahuciado, y ese equipo
desahuciado se inyectó de algo que había carecido no esta Liguilla, sino en
muchos años: de esa garra irreprochable que era imán hacia aquel puma
gigantesco en una playera que hoy lo porta extrañamente escondido entre muchas
rayitas.
Pumas
se rajó la madre en el campo y nosotros nos rajamos el corazón en la tribuna.
Nunca antes había sonado el "Dale, Pumas, dale, dale, oh" en todo el
estadio al mismo tiempo. Este domingo lo hizo y cumplió su cometido.
No
se remontó una vez, sino dos, ya sin piernas, ya sin talento, solo con huevos,
esos que pidió La Rebel desde El Pebetero, esos que le sobraron a Gerardo
Alcoba en la cancha.
Pero una noche épica acabó de la forma más cruel, con un balón que ni siquiera fue a la portería, volado por quien se suponía que no debía fallar en una tanda de penales cobrada muy lejos de donde entregamos los últimos gritos de aliento que nos quedaban. Ese trofeo chiquito y esas medallas de plata no valen nada, porque no hay gloria para los vencidos.
Pero una noche épica acabó de la forma más cruel, con un balón que ni siquiera fue a la portería, volado por quien se suponía que no debía fallar en una tanda de penales cobrada muy lejos de donde entregamos los últimos gritos de aliento que nos quedaban. Ese trofeo chiquito y esas medallas de plata no valen nada, porque no hay gloria para los vencidos.
Sin
embargo, la noche del 13 de diciembre de 2015, los locos que creímos que un 3-0
era remontable aprendimos una lección nueva, y es que la grandeza tiene rutas
muy extrañas y nosotros circulamos por una que no hizo escala en un campeonato.
¡Goooya!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario