Se recomienda leer el siguiente relato al ritmo de Ice, Ice Baby, rola contemporánea a los sucesos narrados en esta entrada.
Aquella mañana al entrar a la escuela ya
sabía lo que iba a suceder. Había sido partícipe involuntario de la planeación
y hasta ejecutor casi obligado de algunas tácticas para garantizar el éxito de
la operación en los días previos.
Por eso, en el amanecer de ese nuestro primer
viernes como alumnos de quinto semestre del U-2, no pude evitar el sentir más simpatía
por los pobres chicos de primer semestre que ingenuamente entraban al plantel
mientras mis compinches de quinto y los chavos de tercero preparaban el plantel completo para la
legendaria novatada del Semestre 1990-B.
Resultó simpático que ninguno de los
pequeños saltamontes que acababan de entrar a la escuela sintieron curiosidad
de ver a todos los de tercero y quinto arribar al colegio con ropa “de calle”, pues nadie llevó los uniformes
porque hasta eso tenían planeado: no se iban a “ensuciar de sangre”.
Los personajes más malvados del 5º. “F”
gozaban de su fechoría aun antes de cometerla: Armando, Armas y Patrick hasta
compraron gorritos de fiesta para el momento de iniciar la masacre.
Yo traté de abstraerme en los minutos
previos dándole lectura a mi inseparable cómic de G.I. Joe. Por un momento me sentí culpable al recordar cómo un par de días antes y en calidad de miembor del comité de alumnos, pasé por los salones de metal, los que les tocaron a los primeros, para pedirles que a las 11 de la mañana del viernes todos se mantuvieran adentro del salón porque "algo importante" iba a acontecer.
Pero las 11 de la mañana llegaron y con
ellas una pipa de agua especialmente pagada para la ocasión.
Ni dos minutos pasaron cuando se escuchó el
primer alarido: la novatada quedaba oficialmente inaugurada.
El permiso de Coordinación incluía
únicamente mojar a los inocentes de primer semestre, pero todos sabíamos que
las enfermas mentes de los veteranos no podían conformarse con eso. Por ello, a
nadie le extrañó que desde antes de las 7:00, con cierta desfachatez, mis
cogeneracionales y los de tercer semestre ya estaban metiendo cajas que
despedían olores desagradables y cuyo contenido empezó a impactarse en las
caras, espaldas, piernas y el resto de las humanidades de los chicos de primero
que corrían desesperados por el patio central de la escuela.
Se escucharon los primeros gritos y en menos de 5 minutos, eso era una
carnicería. Jitomates podridos daban color a la barbarie. Y a los 10 minutos el collage de porquería
ya no dejaba distinguir los ingredientes: por los cielos del U-2 volaban además
de los jitomates, restos de aguacate, bolas de lodo, globos llenos de harina y
hasta loción Siete Machos, mientras unos y otros se revolcaban, ya fuera de
desesperación por escapar o de risa al presenciar la suerte de los pequeños.
Yo observaba todo desde el interior del
salón, primero incrédulo, luego con una sonrisa de complicidad, pues por amargo
que se fuera no se podía dejar de ver lo simpático del sufrimiento de los
novatos a manos de sus abusivos compañeros mientras los mojaban, les untaban
jitomate podrido en la cara o los aventaban entre varios a los charcos de lodo
que las lluvias habían generosamente donado para la ocasión.
Pero al cabo de unos minutos la situación
se transformó de una forma que nadie habría podido anticipar.
Los de quinto y tercero habían ganado la
guerra de desgaste; ya nadie de primer semestre corría porque ya habían
atrapado a todos, ya nadie manoteaba porque ya todos estaban untados de
porquería hasta las axilas. Pero al parecer, la enjundia de los agresores no
había menguado y las municiones tampoco...
De pronto, sin que nadie se lo propusiera y
sin agua va, los jitomatazos reaparecieron pero entre los de tercero y los de
quinto y visceversa. Y lo peor no tardó ni 5 minutos en fraguarse, pues en un
abrir y cerrar de ojos ya se estaban dando entre los mismos compañeros de grupo.
Primero fueron Armas y Salvador González revolcándose en un charco de lodo,
luego Viloria le aventó una cubetada de agua a Rogelio y un gandalla anónimo no
desaprovechó la chance para estampar una bola de lodo en la cara de Illezcas...
Justo en ese momento me di cuenta de que mi
integridad personal, intacta hasta ese instante, no podría mantenerse así mucho
tiempo si permanecía en la escuela: era hora de emprender la graciosa huída.
Sin embargo, la misión era extremadamente
peligrosa, porque en la plaza principal la histeria y la paranoia estaban a
todo lo que daban con más de un centenar de locos masacrándose unos a otros.
Tratar de pasar por ahí equivalía a suicidio.
La solución pertinente era únicamente una y
mis compañeras que no quisieron participar de la barbarie no pudieron sino
esbozar una sonrisa cuando vieron al chaparrito del portafolios café aventarse
por una de las ventanas de atrás del edificio.
De tal suerte que, mientras los gritos
todavía se escuchaban desde el patio central, a hurtadillas logré fugarme de
ese manicomio que fue la escuela después de las 11:20 de la mañana.
Al día siguiente fui enterado de cómo un comando integrado por varios de mis compañeros de grupo fracasó buscándome para ajusticiarme y cómo fui prácticamente el único de los chavos que salió ileso de aquella barbarie, la cual terminó para mí cuando, ya caminando tranquilamente por Vista Hermosa, me alcanzó Viloria todo mojado y manchado de restos de verdura y me preguntó “¿huelo muy feo?”, a lo que yo contesté “Hmmmm… No más de lo acostumbrado”.
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