Los rumores empezaron el segundo semestre de 1989...
Decían, por ahí, que ya había un terreno que podía ser el objetivo para construir ahí el plantel de nuestra alma máter, decían que se competía con el U-1, entonces avecindado como escuela vespertina en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec para ganarlo.
En realidad, a un chavo de 16 años eso poco le importaba, por lo que todas esas versiones de una mudanza se perdieron entre nebulosas en la memoria. Mi mente estaba más ocupada pensando en niñas, en cuajar en el tramado social de mi grupo, en sacar buenas calificaciones y en ver cómo me alcanzaba el dinero para pagar mis pasajes y no morir de hambre en el intento.
Sólo recuerdo que en algún momento alguien mencionó la palabra “ejido”, prácticamente ajena a mi vocabulario, como la clave para la “operación mudanza”.
Algunas semanas después, la curiosidad me llevó a buscar el significado de ese término: “Ejido: 1. m. Campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras”. Por supuesto, no entendí más que lo esencial… Eso significaba que nos iríamos a Casa de la Fregada y, por supuesto, me aterroricé. Créanme, yo sabía lo que era padecer la vida en los suburbios del Tercer Mundo…
Llegado diciembre, poco se mencionó en los pasillos del segundo piso del “Mausoleo”, aunque ninguno de nosotros sabíamos que a un mundo de distancia, camiones y trabajadores formaban muros de color naranja a marchas forzadas.
Con los deberes del semestre cumplidos, fui citado la mañana del 25 de enero de 1990 y junto con 2 jefes de grupo más, no recuerdo sus nombres, el profesor Joel de Historia de México y el coordinador del plantel, Jorge Ordóñez Padilla, fuimos a conocer el Plantel U-2 del Colegio de Bachilleres de Puebla.
Cuando el auto del profe tomó la carretera a Atlixco el alma se me fue del cuerpo… Literalmente, estábamos saliendo de la ciudad… Para el momento en que ingresó a San José Vistahermosa, cuya existencia ignoraba, ya pensaba en la manera de hacerme crecer alas, pues no veía otra forma de llegar hasta allá. Pero el cenit de la desolación llegó cuando, luego de un tramo de accidentada terracería, arribamos a nuestra flamante escuela. Solita en una loma, sin nada, absolutamente nada alrededor, ahí se veían las 3 edificaciones con las que inició el U-2.
El edificio de 2 pisos que está justo al entrar, el de laboratorios, oficinas y baños de en medio, y uno con 4 salones en el fondo. Unas cuantas jardineras, la plancha de cemento en el centro y nada más. Desde ahí se veía todo, pero no había nada, pasto amarillo, milpas a lo lejos, ni un árbol, ni un arbusto…
Ahí cerquita estaba el salón social de los ejidatarios, que vivían en un pueblito ahí cerca, de nombre San Bernardino Tlaxcalancingo, ubicación geográfica exacta de nuestra alma mater.
A pesar del panorama desolador, el coordinador Ordóñez estaba extasiado y, pasado el tiempo, entiendo que la ocasión lo merecía. Me tocó ser uno de los primeros 3 alumnos en conocer oficialmente el fruto del trabajo de ese hombre, que nunca claudicó en su ideal de darle al U-2 un edificio que pudiera llamar “mío”.
Durante algunos minutos de esa fría mañana de jueves recorrí cada rincón del entonces diminuto plantel. Todo olía a nuevo, como si el cemento y la pintura amarilla estuvieran frescos aún y lejos de apreciar lo que significaba estar ahí en ese instante, me atormentaba más la idea de cómo cambiaría toda mi vida para desplazarme hasta ese rincón en las afueras de la ciudad…
Próxima entrega: El primer día en la vida del Plantel U-2
1 comentario:
hola sabes que estaría genial?, que sacaras algo de los profesores que ha habido en el plantel, sería muy chido que todos colaboraramos para conocerlos.
Publicar un comentario