PRELUDIO: 'EL CHICO INVISIBLE'
Después de derramar 600 litros de
baba mientras volteaba desde mi lugar en el 5º “F” hacia los salones de
lámina, tenía más que claro que debía hacer algo antes de arruinar mis glándulas
salivales y, de paso, mi pobre corazoncito, que latía a mil por hora cada que
ella salía de su aula para iluminar los patios del U-2.
Lo que no tenía claro era cómo
diablos iba a hacerlo: mi legendaria "cobardez" (llamada timidez en términos
más amables), hacía que un acercamiento directo fuera harto más que imposible... Por ello, lo mejor que podía pasar por mi mente era el plan de caminar cerca de
ella, procurar que se diera cuenta de mi existencia y dejar que la vida hiciera
el resto.
Sin embargo, mi plan no contó con el
apoyo del destino. Cuantas veces lo intenté aquella mañana de miércoles, ella
estaba de espaldas, o si quedaba de frente, alguno de sus compañeritos de clase
se paraba justo enfrente para que ella no pudiera verme.
Después, la cosa se puso peor: cuando
yo tenía tiempo de salir al patio tras alguna clase, ella estaba dentro de su
salón y cuando era ella quien tenía libertad, yo estaba enclaustrado en alguna
aburridísima lección de lo que fuera.
Pero aún no ocurría lo más, más horrible, porque eso fue cuando al fin se dio el momento de que pasé frente a ella y nada se interponía en nuestros caminos. En ese instante, me di cuenta de que por algún hechizo extraño, era yo transparente, porque su mirada pasaba casi a través mío, dejándome en claro que era yo "El Chico Invisible".
Pese a esto, no me di por vencido; mi precepto estaba en pie y seguí a mi modo con mi pequeña lucha.
Pero aún no ocurría lo más, más horrible, porque eso fue cuando al fin se dio el momento de que pasé frente a ella y nada se interponía en nuestros caminos. En ese instante, me di cuenta de que por algún hechizo extraño, era yo transparente, porque su mirada pasaba casi a través mío, dejándome en claro que era yo "El Chico Invisible".
Pese a esto, no me di por vencido; mi precepto estaba en pie y seguí a mi modo con mi pequeña lucha.
Tuvieron que pasar 5 días para que "El Chico Invisible" se volviera visible.
El lunes siguiente ella ya sabía de mi existencia, o al menos eso quería yo pensar. La primera vez que contestó la mirada fue como si me hubieran puesto un grillete, pues me dio taaaanto miedo ir a buscarla que bien que me habría merecido uno de verdad con todo y sentencia perpetua, por cobarde.
SUFRIR Y LOGRAR
Una semana después de la "aparición" del "Chico Invisible", algo me dijo que las cosas tenían que cambiar.
El lunes siguiente ella ya sabía de mi existencia, o al menos eso quería yo pensar. La primera vez que contestó la mirada fue como si me hubieran puesto un grillete, pues me dio taaaanto miedo ir a buscarla que bien que me habría merecido uno de verdad con todo y sentencia perpetua, por cobarde.
SUFRIR Y LOGRAR
Una semana después de la "aparición" del "Chico Invisible", algo me dijo que las cosas tenían que cambiar.
Convencido de que no sería capaz de decirle "Hola" frente a frente a "La Chica del Chaleco" sin que me reventara alguna vena de la cabeza, en algún momento de la jornada escolar se me ocurrió escribir la palabra que rompería el encanto en una hoja de papel tamaño carta y aspirar a hallar la oportunidad de mostrársela en el patio de la escuela, aunque fuera de lejitos.
El plan, a mi modo de ver, era muy bueno, excepto que las dos chances que tuve para hacerlo realidad vinieron acompañadas de un engarrotamiento general de mis brazos, que hicieron imposible que la hoja saliera de mi carpeta.
Sin embargo, la mañana del miércoles, al entrar a la escuela, en el ambiente se respiraba que las cosas cambiarían y aunque no dejé de sentirme nervioso desde las 6:50 AM, yo tenía un plan y no podía fallar: la esperé justo en la entrada de la escuela, ahí paradito, con mi carpeta lista para dejar salir esa hoja con el anhelado primer "Hola" de nuestras vidas.
Todo habría funcionado perfecto de no
ser porque aquella mañana ella llegó acompañada de un "piojoso" que resultó el "padrino" de la patética escena: ella pasa de largo sin voltear, yo soy incapaz
de mostrar mi mensaje, y dos minutos después quedo solo en la entrada de la
escuela, con mi carpeta cerrada, los brazos caídos y mi ánimo unos metros más abajo...
Luego, la rutina de quinto semestre
de bachiller amenazó con destruir la poca moral que me quedaba. Armando y
Alejandra me presionaban con la grabación del trabajo de antropología, el resto
del grupo con sus manuales de orientación y yo solo podía pensar en la hoja
adentro de mi carpeta...
Cuando al fin pude salir del aula,
solo fue para que se repitiera la puesta en escena de los días anteriores con
ella metida en su salón junto a sus amigas y yo buscando un rinconcito donde
colocarme que me permitiera ver hacia adentro del cuarto de metal...
Entonces sentí como que todo mundo se había dado cuenta de lo que estaba haciendo y me miraba con ojos inquisidores. A dos segundos de colapsar, llegó al fin ese momento que había cazado toda la mañana: ella salió de su aula y luego de un movimiento magistral al darle la vuelta a los salones de lámina, quedé en posición de topármela de frente con solo dar la vuelta a la esquina del edificio provisional... Todo parecía perfecto, excepto porque mis piernas no se movieron, paralizadas por el miedo y cuando pude dar un paso, ella ya estaba de vuelta en su pupitre.
Entonces sentí como que todo mundo se había dado cuenta de lo que estaba haciendo y me miraba con ojos inquisidores. A dos segundos de colapsar, llegó al fin ese momento que había cazado toda la mañana: ella salió de su aula y luego de un movimiento magistral al darle la vuelta a los salones de lámina, quedé en posición de topármela de frente con solo dar la vuelta a la esquina del edificio provisional... Todo parecía perfecto, excepto porque mis piernas no se movieron, paralizadas por el miedo y cuando pude dar un paso, ella ya estaba de vuelta en su pupitre.
Además de "invisible", era imbécil…
El reloj marcaba las 12:00 horas y
parecía que con la mañana se me iba la chance de romper con el hechizo... Por
supuesto, mi cabeza daba vueltas, fue como una mezcla de coraje, tristeza y
decepción. A lo lejos, el Contador Público Vargas me condenaba a volver al
salón a pagar la penitencia de soportar su soporífera clase como un castigo por
mi falta de valor.
Amagué con escapar de la escuela, pero mi "yo responsable",
el de los 10s en la boleta, se apoderó de la ocasión y unos minutos después, ya
estaba en el aula incluso con un compromiso para ir a hacer un trabajo de
antropología al museo, después de la escuela. Oficial: mi vida estaba arruinada.
Mientras esperaba a que se consumara otro día deprimente, le di la vuelta a la hoja donde había escrito "Hola" para saludar a "La Chica del Chaleco" y empecé a dibujar un "Bye", como para burlarme de mí mismo y de mi incapacidad para mostrarle el letrero en las casi 5 horas que había tenido para hacerlo y en las cuales, ese día de septiembre, sí hubo oportunidades.
Resignado, cuando acabó la clase de Contabilidad, me puse de acuerdo con mis compañeros de Antropología para lanzarnos a hacer los trabajos a los museos de la zona de Los Fuertes.
Mientras esperaba a que se consumara otro día deprimente, le di la vuelta a la hoja donde había escrito "Hola" para saludar a "La Chica del Chaleco" y empecé a dibujar un "Bye", como para burlarme de mí mismo y de mi incapacidad para mostrarle el letrero en las casi 5 horas que había tenido para hacerlo y en las cuales, ese día de septiembre, sí hubo oportunidades.
Resignado, cuando acabó la clase de Contabilidad, me puse de acuerdo con mis compañeros de Antropología para lanzarnos a hacer los trabajos a los museos de la zona de Los Fuertes.
Tal vez eso me serviría para distraer mi atormentada mente de las cosas realmente importantes. Sin embargo, uno de los miembros del equipo se había ido de pinta de Conta y no aparecía por ningún lado, lo cual nos hizo pegar un coraje extra y tomar la determinación de mandar todo por un tubo y largarnos a nuestros respectivos hogares, lo cual, a mí, me aterró... La sola idea de llegar a casa y enfrentarme a mi nuevo fracaso de ese día me hacía preferir tirarme a la Federal a Atlixco y esperar a que un camión me hiciera papi… Y entonces sucedió...
“La Chica del Chaleco” y sus amigas iban en dirección a la salida de la escuela. Ese era el momento, mi momento. Era ahora o nunca y así lo entendí.
Comencé a caminar detrás de ellas con la gran interrogante de ¿qué debía hacer? No pude darme chance siquiera de armar un plan: debía seguirla, pero no emparejarme a su paso y mucho menos rebasarla, eso fue lo mejor que se me ocurrió...
Lo que siguió fueron calles de angustia.
Íbamos casi a la par, pero sus amigas no la dejaban tener vía libre para verme; justo atrás suyo iban tres monos siguiéndolas y para colmo, el hermano de Luis Malajevich venía pisándome los talones. Consecuencia lógica, mi frente estaba empapada de sudor seco... de nervios, de miedo...
Como no podía pensar, pues ni cuenta
me di cuando me le emparejé y menos cuando la rebasé, ella de un lado del Paseo
Vista Hermosa Norte y yo en la acera de enfrente...
Cuando pude reparar, ya le sacaba dos calles y en el instante en que llegué a la esquina con la Calle 10 me detuve decidido a todo… Sin embargo, justo al voltear hacia atrás y al verla venir a lo lejos, me di cuenta de que en realidad aún no estaba decidido a todo, por lo que caminé hacia la salida de Vista Hermosa, con la obligación de jugarme ahí mi última carta.
El momento de máxima tensión había llegado… Cuando ella se acercaba, yo sabía que debía hacer un movimiento magistral y ¡vaya si lo hice! Me tropecé al bajar la banqueta y mi portafolios salió volando hacia el pasto dejando caer todo su contenido… El séquito de niñas pasó caminando junto a mí mientras yo trataba de salvar mi dignidad levantando mis cosas lo más rápido posible.
Cuando pude reparar, ya le sacaba dos calles y en el instante en que llegué a la esquina con la Calle 10 me detuve decidido a todo… Sin embargo, justo al voltear hacia atrás y al verla venir a lo lejos, me di cuenta de que en realidad aún no estaba decidido a todo, por lo que caminé hacia la salida de Vista Hermosa, con la obligación de jugarme ahí mi última carta.
El momento de máxima tensión había llegado… Cuando ella se acercaba, yo sabía que debía hacer un movimiento magistral y ¡vaya si lo hice! Me tropecé al bajar la banqueta y mi portafolios salió volando hacia el pasto dejando caer todo su contenido… El séquito de niñas pasó caminando junto a mí mientras yo trataba de salvar mi dignidad levantando mis cosas lo más rápido posible.
Pero mi debacle fue más veloz:
primero porque no atinaba a recoger las monedas sin volverlas a tirar y segundo
porque justo cuando me levanté, fui alcanzado por Rubén Malajevich… A lo lejos
vi que “La Chica del Chaleco” y sus amigas se detuvieron en la esquina de la
Calle 8, pero cuando di dos pasos sentí cómo Rubén empezaba a caminar junto a
mí. Ahí se derrumbó todo.
Sabía que mi tarde terminaría en otra de
esas pláticas con Rubén sobre las materias nuevas, los trabajos difíciles y
los… ¡Milagro! En ese instante Malajevich le hizo la parada a un microbús y únicamente me
sonrió antes de treparse al transporte y dejarme solo ante mi destino.
Caminé hasta la esquina y me detuve a unos metros. Éramos ella y yo… además de sus amigas y un pánico de dimensiones colosales.
Caminé hasta la esquina y me detuve a unos metros. Éramos ella y yo… además de sus amigas y un pánico de dimensiones colosales.
La carpeta con mi letrero estaba en
mi mano y de milagro no se resbaló por el sudor que inundaba cada poro de mi
diminuta humanidad. Llegó un instante en el que ya ni parpadear era opción.
Estaba petrificado.
Pero en el instante en que el sol se ocultó detrás de una gran nube sucedió al fin: caminé un poco, me puse casi frente a ella, llamé su atención con mis brazos y en el momento en que ella volteó, emergió de mi carpeta el letrero que había hecho en la clase de Conta con un sencillo “Bye” escrito en él.
El premio a todo el drama de esos días fue un tesoro que guardaría toda mi vida: esa sonrisa tras ver mi mensaje fue suficiente para que yo me descongelara, contestara agradeciendo con la cabeza y me diera la media vuelta para partir con esa extraña felicidad que te da cumplir un pequeño sueño.
Por supuesto, no tuve valor de voltear para atrás… Pero no hacía falta. La felicidad que me inundaba era suficiente.
Pero en el instante en que el sol se ocultó detrás de una gran nube sucedió al fin: caminé un poco, me puse casi frente a ella, llamé su atención con mis brazos y en el momento en que ella volteó, emergió de mi carpeta el letrero que había hecho en la clase de Conta con un sencillo “Bye” escrito en él.
El premio a todo el drama de esos días fue un tesoro que guardaría toda mi vida: esa sonrisa tras ver mi mensaje fue suficiente para que yo me descongelara, contestara agradeciendo con la cabeza y me diera la media vuelta para partir con esa extraña felicidad que te da cumplir un pequeño sueño.
Por supuesto, no tuve valor de voltear para atrás… Pero no hacía falta. La felicidad que me inundaba era suficiente.
Cuando tomé el CREE-Madero de vuelta a casa, 10,000 millones de ideas esperanzadoras cruzaban la mente de un chico de 17 años que pasó de ser invisible a enviar una palabra que le llenó de ilusión la vida.