La primavera de 1999 me sorprendió con una situación de emergencia.
Luego
de emigrar a la Ciudad de México en julio de 1997, se me hizo fácil
dejar pendiente mi tesis de la universidad para "mis ratos libres" y,
por mera ley de la vida adulta, esos ratos libres nunca fueron
suficientes y en el amanecer de 1999 recibí un ultimátum de mi alma
matter que decía que si no presentaba la tesis a más tardar en mayo,
tendría que volver al campus a hacer un curso de actualización.
Eso significaba tener que renunciar a mi trabajo y cortar de tajo la vida que había elegido vivir.
No podía permitirlo.
La
cosa no pintaba bien, pues por un viaje había perdido a mi asesora de
tesis meses atrás; de cualquier forma decidí emprender esa carrera
contra el tiempo.
Cuando
marzo llegó a su final, mis problemas ya eran una crisis, pues el
tiempo no me había alcanzado para avanzar a un ritmo que me permitiera
vislumbrar cumplir con la exigencia de la universidad.
Antes
de que abril empezara, hice un movimiento que resultó clave. Desde mi
ingreso al trabajo no había tomado vacaciones, de tal suerte que tenía
acumulados los días que me correspondían de año y medio, los cuales le
pedí de un jalón a mis jefes con el único objeto de dedicarlos a la
finalización de mi tesis.
Es en esta parte de la historia en la que
los nombres propios merecen ser mencionados: Rosario Cruz, mi jefa
inmediata y Guillermo Caballero, mi coordinador, no dudaron en darme su
apoyo —algo que nunca seré capaz de agradecer como se merece—, y
entonces me vi con la chance de gestar una hazaña en tres semanas.
El
primer día del resto de mi vida, el primero de muchos en que estuve
encerrado en el cuarto donde vivía en la Colonia Florida de la Ciudad de
México inició con una búsqueda: necesitaba música; requería de ese
ingrediente mágico que había acompañado cada época trascendente —y
también las intrascendentes— de mi existencia. Abrí el compartimento de
CDs de mi grabadora y busqué en mi estuche porta discos. No hallé
ninguno que me inspirara a comenzar con la misión más importante de mi
existencia y entonces me acordé que tenía una pilita de discos que no
había estrenado.
Como si fuera una cosa del destino, la vista me llevó en automático a un disco de OASIS.
Lo
había comprado, si no mal recuerdo, uno o dos años atrás, en una de
esas ventas de la Comercial Mexicana, que dos veces al año le ponía 40%
de descuento a los discos, pero no lo saqué de su empaque. No lo sé,
pero desde que empecé a comprar mi propia música, siempre creí que,
aunque la adquieras, tú no llegas a la música, sino que la música llega a
ti, en el momento apropiado.
El momento apropiado para WHAT'S THE STORY MORNING GLORY había llegado para mí en la primavera de 1999.
Ya
había escuchado un par de sencillos que emanaron de él desde que vio la
luz en 1995, pero nunca el álbum completo; en ese tiempo mis horas eran
ocupadas por BE HERE NOW y DEFINITELY MAYBE. Pero era hora de que el
segundo álbum de OASIS entrara como tormenta a mi vida.
Como si lo
hubieran mandado hacer, al escuchar HELLO por primera vez, saludé al
reto que estaba frente a mí y cada rola se apropió de un pedacito de
esas semanas en las que lo escuché no mil, ni dos mil, sino 18,457
veces.
Encerrado a piedra y lodo trabajando en el Análisis Experiencial del Uso de las Figuras Retóricas Visuales en el Periodismo Deportivo, el segundo álbum de OASIS fue el fondo musical de muchas semanas en las que empezaba a trabajar alrededor de las 9 de la mañana, solo salía a la calle a comer por ahí de las 6 de la tarde y volvía a seguir chambeando hasta las 10 de la noche.
Encerrado a piedra y lodo trabajando en el Análisis Experiencial del Uso de las Figuras Retóricas Visuales en el Periodismo Deportivo, el segundo álbum de OASIS fue el fondo musical de muchas semanas en las que empezaba a trabajar alrededor de las 9 de la mañana, solo salía a la calle a comer por ahí de las 6 de la tarde y volvía a seguir chambeando hasta las 10 de la noche.
En la era previa a los
celulares, no tenía forma de comunicarme con nadie y así pasé todas esas
semanas, prácticamente aislado, sacando adelante la última misión de mi
vida universitaria, con WHAT'S THE STORY MORNING GLORY iluminando el
camino.
Una tarde de mayo, después de salir de una imprenta en la que
le dieron acabado a los ejemplares que hice de la tesis, los cuales me
entregaron en el último minuto del último día en que podía haberlos
obtenido para entregar a tiempo y que me dieran derecho a hacer examen
profesional, no pude más y me derrumbé en un descanso en la entrada del
metro San Joaquín. Lo único que atiné a hacer fue darle play al walkman y
escuchar SOME MIGHT SAY ahí, tirado, con mi bolsa llena de hojas y los
ojos cerrados, con una promesa en mis oídos: "Some might say, we will
find a brighter day" (algunos dicen que encontraremos un día más
brillante).
Y sí, días más brillantes vinieron...